Anita y Joselito
El uno para el otro. Y viceversa. Los dos escribiendo una bella historia de amor. Entregando vida mutuamente. Como esas bonitas narraciones que se nos cuentan de los “amantes” en las diversas épocas. Como otras muchas, que no se conocen. Pero que se hacen realidad entre nosotros.
A Ana la recuerdo casi niña. Cuando yo –un crío- iba a casa de Miguel “el de las vacas” a recoger el jarro de leche, ordeñando al animal en su presencia para ser hervida en casa y evitar el peligro de “las maltas”; y ella se asomaba al balcón de “Casa Teófilo”, que abastecía de ultramarinos a los que pasaban para la plaza de abastos.
La “Casa Teófilo” estaba muy bien abastecida. En un tiempo donde imperaban las cartillas de racionamiento y las ventas muchas veces eran “ a ditas” apuntando en el cuaderno y pagando en la medida en que se podía. Pero hasta se proporcionaba jamón cortado con arte en lonchas finísimas por la mano experimentada de Teófilo. Tenía fama en Mairena.
Teófilo vino de fuera. De las tierras leonesas. Pero se hizo un buen andaluz. Hasta bético. Casado con una sevillana, Isabel. Padres de tres hijas. La pequeña, Ana. En este ambiente se crió, aunque no la recuerdo nunca en la tienda. Ya de joven, con la “muchachada”, en los paseos de la plaza de las Flores (al son de la banda de música) hasta el cine o el arco en la calle Ancha. Esporádicamente hasta la fuente “Delconchel”.
Cuando me hice de nuevo “mairenero” (60 ó 70 años después) formaba ya familia con Joselito y sus dos hijos. En realidad no había perdido todo contacto, ya que al estar casi dentro de la familia sabía de su boda con Joselito. Aunque ha sido en los últimos años cuando he podido seguir de cerca al matrimonio.
Esta cercanía me hizo contemplar el cariño de ese encuentro. El vivir plenamente. El darse el uno al otro en entrega de amor. Joselito se crió y vivió con su tío, en las labores del campo. El que hoy llevan sus hijos con eficacia. En la finca han estado Ana y Joselito una buena parte de su vida. Trabajo compartido, tarea común, crianza de los hijos. Mucho tiempo para el diálogo y el cariño.
Retirados ya por sus circunstancias a la casa de Mairena, estos detalles de atención se multiplicaron. Con muchos datos de delicadeza. Pero no podemos decir que Ana y Joselito sean únicos en la vida mairenera. Hay otros muchos casos de cariño delicado. Me admira contemplar a Cayetano y Dolores salir a pasear por las mañanas, sus visitas a la capilla del Cristo…, a pesar de ser casi nonagenarios.
Cada años se celebran en la capilla de S. Sebastián las bodas de plata y de oro de no pocos matrimonios, que vuelven a renovar su entrega ante el Señor. Y se vive casi con ilusión juvenil. A veces con uno de los esposos ya fallecido. Van dejando un buen testimonio a los suyos. Y no quiere decir que no hayan tenido dificultades. Pero el amor supera.
No es cuestión de aguantarse, como piden algunos. Lo es de amor. De pensar y amar en bien del otro. Es “dar la vida” cada día por la persona amada, como nos pide el Evangelio de Juan. Desgraciadamente cuando se da paso a la imposición, a la falta de diálogo y respeto, al orgullo que nos ciega, se imposibilita el cariño. Se tiende a utilizar a la otra persona para nuestro egoísmo.
El amor es paciente, no se engríe, perdona siempre, no lleva cuentas del mal, sabe disculpar los roces lógicos que aparecen entre personas que conviven todos los días. Lo que quieren escuchar el día de su boda muchas parejas, probablemente Ana y Joselito lo escucharon. Y lo vivieron. Como otros matrimonios, que nos animan, que nos estimulan con su testimonio.
Y nuestra comprensión y acompañamiento para los matrimonios que no superaron obstáculos. Siempre se puede recomenzar. Cuántas parejas en Mairena lo habrán hecho. Ana y Joselito –y tantos otros- quieren que aprovechemos toda posibilidad de recomenzar la construcción. ¿Por qué no intentarlo?. El amor siempre es más fuerte. ¡ Hay tantos matrimonios que nos los confirman¡. Y que nos pueden acompañar en este proceso.