Tengo derecho a mi fiesta

Todo el que haya hecho zapping recientemente por alguno de los innumerables canales del TDT, probablemente se habrá cruzado con el anuncio de IKEA “Tengo derecho a mi fiesta”. El simpático anuncio, además de dejarnos varios días el “runrun” de la musiquilla en la cabeza, sirve bien a su propósito animando a que prepares tu casa para celebrar fiestas, y así de paso, ellos venderte decoración y muebles. Eso sí, se entiende que cada uno podrá tener derecho a la fiesta… que su bolsillo le permita. Obvio, ¿no?

El gasto que uno tenga depende de su conciencia y del tamaño de su cartera. ¿Pero es esta lógica aplastante aplicable a todo el mundo? No, a todos no. Existe un sector de población que todavía no se ven afectados, como aquellos irreductibles galos de Asterix. Estos habitantes pueden gastar casi sin medida de lo que no es suyo, endeudar sin tener que pagarlo, ni justificarlo, y además no tener ninguna responsabilidad real sobre ello. Sí, supongo que ya se imaginan de quienes hablo. Estoy hablando de los políticos.

Los políticos que han gobernado los últimos años sí que han tenido un verdadero derecho a su fiesta, y lo han ejercido independientemente de que pudieran permitírsela. ¡Y vaya fiesta!. No les bastaba con las ingentes toneladas de billetes recaudados en los últimos años al amparo del boom, sino que encima, nos endeudaron a unos niveles que ahora amenazan con poner en peligro la solvencia misma del país. En concreto, el gasto público se incrementó entre 2003 a 2007 en casi un 40%, y una vez pasado el boom con la consecuente fiesta mayor, se siguió incrementando la deuda entre 2007 y 2010 en un 15%, en gran parte por el desacertado intento de contener la crisis basado en un pan para hoy y hambre para mañana. Y claro después de tal fechoría resulta natural que muchos de estos politicos hayan perdido las elecciones, aunque alguno quede. Lo más terrible es que al no tener responsabilidad ninguna se han ido a su casa de rositas, y a otra cosa. Aviso: conste que no me refiero a ninguno en particular, que de estos hay de todos los partidos.

No deja de ser curioso como ahora se quejan de los que prestan dinero, a los que llaman despreciables mercados o inmorales especuladores. Los mismos que cuando gobernaban no dudaban en ir a sus faldas a pedir más y más sin preocuparse por el enorme problema que estaban creando, ahora los ven como monstruos inmorales. Y no es que se quejen por lo que ya les prestaron, no… sino porque quieren que les sigan prestando a manos llenas, ¡igual que antes! Ad infinitum.

El problema es entonces, ¿quién paga la fiesta? Porque si está claro que los que la hicieron no la pagarán, ¿a quién le toca? Pues evidentemente a todos nosotros y los que vengan detrás, porque la deuda es para rato. ¿Y cómo la pagamos? Pues a base de pagar más impuestos o de sufrir recortes que estaremos prácticamente obligados a tener que hacer.

La cruda realidad es que después de tanta fiesta viene la resaca y ahora nos vemos sin un duro. Vamos, ni para pagar la luz, como ya se está viendo. Los recién incorporados gobernantes tienen por delante un panorama realmente desolador. A pesar de que la mayoría ya lo intuía cuando se presentó, una cosa es suponerlo y otra comprobarlo. Una vez pasados varios meses desde las elecciones ya han tenido tiempo de estudiar las cuentas por sus propios medios con resultados de infarto, y ahora claro, andan más agobiados que el fontanero del Titanic. Las deudas les sobrepasan hasta el punto que no tienen prácticamente margen de movimiento para mantener servicios y a la vez poner en práctica nada nuevo. Ni que decir tiene que esto se reflejará en el grado de cumplimiento de sus programas políticos. Por si fuera poco, todo ello nos coge en medio de una de las peores crisis que hemos sufrido en la historia reciente, sufriendo España un nivel de paro inaudito. Como dice el refrán: “A burro caído todo son palos”.

Los políticos no pueden seguir siendo impunes ante este disloque. Es necesario habilitar mecanismos de control férreo del gasto, establecer serios mecanismos de responsabilidad legal por sus actos, y puede que incluso reducir su grado de poder a la hora de endeudarnos. Hemos de quitarles de una vez a los políticos, en contra de lo que predica IKEA, el derecho a la fiesta sobre lo que no es suyo. Si no, antes o después llegarán desde arriba y nos quitarán la soberanía a todos como el que le quita un juguete a un niño porque sólo sabe destrozarlo. ¿Que no? Mirad a Grecia.

Un comentario sobre “Tengo derecho a mi fiesta

  • El problema Francisco, es que los que tienen que hacer las Leyes para controlar las gestiones administrativo-políticas en distintos órganos de Gobierno son los mismos a los que hay que aplicarlas. En cuanto al articulo, es un retrato de la realidad pasada y presente, espero que no futura. Saludos.

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