La conquista del espacio público
–Abuelo, ¿tú también jugabas aquí cuando eras pequeño? –preguntó la nieta.
–Claro que sí Carmencita.
–¿Y también venías con tus abuelos?
–Sí, y con mis padres. Además, La Graduada era mi escuela y estaba justo allí enfrente, donde ahora se levanta aquel edificio de oficinas. Y cuando tenía unos pocos años más que tú, con algunos amigos, jugaba a las bolas y al escondite.
–Pero abuelo La Plaza, ¿siempre fue así?
–No, no siempre hubo un espacio abierto para el disfrute y el recreo de todos los vecinos, como el que ves ahora. Hace más de un siglo aquí mismo se levantaba un conjunto de viviendas, justo donde surgieron los primeros arrabales del pueblo.
–Entonces, ¿eso quiere decir que en ese tiempo esta plaza aún no existía?
–Así es, pero más recientemente, y antes de que nacieras, este lugar era conocido como Plaza de las Flores aunque en realidad nunca hubo jardines tan esplendorosos como los de antes. La Plaza fue ampliada, se eliminó una calle que la atravesaba, se colocaron estas baldosas blanquirrojas y se erigió ese monumento alegórico con estanque y parterre trasero. También, algo más allá se colocó una farola de tres brazos con un banco-pedestal construido con granito rojo, que más tarde fue trasladada a la Plaza del Arenal.
–¿Cuánto hace de eso abuelo?
–Aproximadamente la edad que tienen tus papás. Pero es aquella otra plaza la que aún está en mi memoria. Permanece intacto el perfume que desprendían sus flores e imborrable la imagen de los antiguos arriates y bancos rematados con azulejos de colores. Había un puesto de agua que llamábamos el aguacho. Y los edificios municipales que la rodeaban, la antigua cárcel y el ayuntamiento así como el resto de construcciones, fueron todos demolidos. Igual sucedió con las casas tradicionales de dos plantas de altura con cubiertas de tejas, locales, tiendas y bares donde ahora solo hay sucursales bancarias.
–¿Has dicho una cárcel?
–En efecto hija mía. Se entraba por allí y estaba adosada a la portada de La Capilla del Cristo. Los últimos años antes del derribo fue destinada a otros usos. Me contaron los más mayores que, en su día, hubo también un hospital. Se hallaba junto a la fachada lateral de La Capilla, que por entonces era el único acceso a la misma. Muchos cambios en un espacio tan reducido.
–Abuelo, ¿se celebraban aquí las fiestas?
–Por supuesto. Y mucho más que antes porque el pueblo era más pequeño y todos los actos festivos y conmemorativos se concentraban aquí. Durante las fiestas patronales, por ejemplo, en este último tramo de la calle Ancha se organizaban carreras de sacos, con la meta instalada aquí mismo. Y debajo de esa baldosa que estás pisando se colocaba la cucaña.
–¿Una cucaña dices? ¿Qué es eso abuelo?
–El juego de la cucaña consistía en trepar por un tronco de madera embadurnado de resinas para que fuese más difícil todavía. Quien primero llegase arriba y se hiciera con el pañuelo de color rojo, incluso con el premio que a veces pendía de una cuerda, se proclamaba vencedor. Seguro que te hubiera gustado verlo.
Un espacio significativo del devenir histórico y la renovación urbana de Mairena. Un lugar de sociabilidad de todas las generaciones y destinado al encuentro, la representación y las actividades para gentes de toda clase social.