Entre huertas y olivos
−Mantén los brazos estirados hacia delante y la vara en posición horizontal ‒aconsejó el maestro a su pupilo.
‒La vara no se mueve, ¿continúo caminando en línea recta?
‒Claro que sí. Donde yo estoy vibró la primera vez. Y ahora debes seguir alejándote de mí hasta que de nuevo aparezca una señal.
‒Pues de ningún modo, la herramienta no se levanta avanzando en esta dirección.
‒Ten paciencia y concéntrate en lo que haces. Verás cómo sucede.
‒¿Debo alejarme más o ya es suficiente?
‒Para un momento. ¿No será que lo has hecho demasiado rápido? ¿Quieres que lo intente yo?
‒De acuerdo.
Después de un buen rato sin soltar la vara de olivo, el maestro zahorí por fin pudo encontrar las coordenadas de los puntos que buscaba. Y procedió a clavar en el terreno una serie de estacas en los puntos que indicaban el centro y la anchura de la corriente de agua subterránea que existía en aquella finca, ubicada cerca del paraje de Clavinque. Para eso tuvo que repetir el proceso una y otra vez, caminando en un sentido y, más tarde, en el contrario volviendo sobre sus mismas pisadas. Los resultados se hicieron de rogar pero el maestro consiguió su objetivo: entregar al propietario, las llaves de la parcela cuando hubiese encontrado el sitio donde plantar una higuera, excavar un pozo, construir una noria y una alberca y trazar la acequia principal. Y así, levantar en aquel lugar la casilla y un corral, el tinao y el pajar.
El dueño pretendía reconvertir en una huerta de árboles frutales, verduras y hortalizas aquel vasto terreno que heredó de su madre. Por motivos personales la tierra llevaba tiempo sin cultivarse. Recordaba los relatos de sus abuelos sobre el bosque mediterráneo que se extendía hasta allí. Todavía permanecían algunos pinos en los padrones. Y siendo niño, con sus padres, conoció personalmente la transformación de olivar a tierra calma, o de labor. Iniciándose así la producción cerealista de aquellos pagos destinados desde muy antiguo a la producción de aceite. Eran olivos muy antiguos, de baja estatura, copa alargada ‒aunque no muy espesa‒ y de troncos retorcidos.
La herencia cultural de los antiguos zahoríes medievales, etimológicamente, magos y adivinos de la tierra; trascendía el paso de los siglos y nos facilitaba la comprensión de un misterioso oficio. Una ocupación desaparecida que se remonta a la noche de los tiempos.