El ejemplo de la Generación ‘Pata Negra’
Por Chema Cejudo
(Dedicado a mi padre ‘Manolito Cejudo’, y tantos otros maireneros y maireneras que nos legaron una Mairena y un país mucho mejor)
Es ley de vida que con el devenir inexorable del tiempo las generaciones de hombres y mujeres nos vayamos relevando unas a otras para dar continuidad a este invento enigmático e inveterado que llamamos Mundo. El ritmo incesante de la vida y el pulso del cosmos en su girar así lo exigen desde tiempo inmemorial, y es casi telúrico que en tal espiral de vida renovada las nuevas generaciones vayan sustituyendo a las anteriores, como parte de un ritual natural que se hunde en el memorial de los tiempos. Aunque, de alguna manera, en cada lugar se viva con sus peculiares matices.
Podría hablarse de una renovación con reglas no escritas que, no obstante, se suelen aplicar de manera insoslayable. A saber, que nadie se escapa de sus designios, y que cada generación mejora con sus aportaciones y progreso a la anterior. Y es dentro de esta dinámica donde hoy por hoy y en nuestra Mairena del Alcor, asistimos casi a diario al triste adiós de alguno de esos hombres o mujeres, padres o madres, abuelos o abuelas nuestros, que tras la Guerra (In)Civil tuvieron que afrontar la pesada losa como ardua responsabilidad de levantar un país que había quedado literalmente desbaratado por una contienda injusta y cruel. Una encomienda tácita, no buscada ni a buen seguro deseada, pero que asumieron sin consciencia plena pero con naturalidad y determinación. Les tocó.
Generación abultada de niños de la posguerra, los de uno y los de otro lado, casi en bloque nobles, sacrificados, meritorios, involucrados, y la mayor parte de las veces fieles amigos y colaboradores entre ellos, sorteando cartas marcadas de alineantes confrontadas ideologías (¡malditas sean!). En definitiva, gente comprometida con un destino que no eligieron, del que parecían haber nacido para némesis de errores ajenos, y en el que tuvieron que afrontar una crianza rica sólo en carencias mil, cuando no marcada directamente por el hambre puro y duro. Atados por lo común a una anunciada incorporación laboral temprana, a menudo en condiciones de semiexplotación, como al igual sometidos al yugo de responsabilidades familiares tan precoces que casi conseguían arrancar de sus mentes, pero sobre todo de sus cuerpos (marcados en su desarrollo por las carencias alimenticias básicas para alcanzar la plenitud) el ánsia de vivir. Pero digo casi, porque pese a ello y como por obra de un milagro, en su mayoría fueron como una especie de ángeles que no sólo resistieron sino que hasta aprendieron el ritual de divirtirse en las escasas ocasiones que les proveía su dura vida.
Dice el refrán que “a la fuerza ahorcan”, y no sé bien si por ello mismo, o porque fueron de una pasta especial, pero lo indiscutible es que ellos en su afán nunca claudicaron del compromiso personal con sus familias, y en su inmensa mayoría con mucho sudor y desvelos, prosperaron. Podría decirse que sus vidas fueron un permanente sorteo de obstáculos, una continua carrera de difíciles metas, que iban sorteando una a una haciéndolos madurar a golpes a la vez que prosperaban. Con ellos mismos lo hacían sus familias, y al cabo y por elevación, la sociedad. Parecieran conscientes, o al menos inferir desde su casi general analfabetismo, que lo común (hoy tan devaluado) no es otra cosa que la suma de todas las individualidades. Por eso, tal vez hasta a ser perdedores con honra supieron aprender cuando la ocasión llamaba o requería. Tocaba asumirlo, y en su exquisito proceder de dandys sin refinamiento, no podían ni permitirse que ello manchara su orgullo, menos aún que avivara el feroz rencor que precede al odio. Incluso cuando fueron fruto de engaño o picaresca, de modo que no digamos ya si la causa era necesidad ajena, que entonces miel sobre hojuelas. Resumo: al fin, hombres y mujeres de una pieza, que llegados al caso cuanto más se permitían un fugaz lamento en voz baja en conversación familiar con su pareja.
Fueron por lo general gente que nunca flaquearon, y si excepcionalmente lo hicieron, rara vez dieron muestra de ello. Nunca la queja figuró en su hoja de ruta, nunca hizo marca en su escala de valores, muy a pesar de la injusta niñez robada. Su lema ‘siempre adelante’, como prestado de Perlita de Huelva, ha sido su digno legado para un país que llegó a ser novena potencia mundial mientras ellos gozaban la plenitud de su edad. Ya veremos ese estatus que perdimos cómo y cuándo lo recuperamos, si es que lo hacemos, pues o mucho espabilamos o por el camino que llevamos iremos a segunda o tercera división. Porque un país es la suma de sus gentes, de ahí que me estremezca al mirar atrás, pues dudoso me descubro de si daremos la talla al contraste ellos. Por cierto, un saldo el suyo que es hoy aún remanente generacional cedido sin aspavientos ni aires de superioridad, sin pavoneos de orgullo ni soberbia altanera. Era su estilo, la seña de identidad de una generación que aunque pobre en libertades políticas fue riquísima en profundos principios. Ahora justo navegamos al revés.
Ocurría con ellos que ya por su innata fuerza o por su aprendida intuición (pensar, pensar, pensar…) no pocos prosperaron asiéndose a ideas imaginativas del momento, aliñadas siempre con tesón: sacarse el carné de conducir para hacerse tractoristas cuando desaparecían los animales como fuerza de tracción agrícola, poner distribuidores de gas porque el carbón abandonaba cocinas y mesas de camilla, abrir tiendas de ropa cuando el poder de compra de la población iba creciendo…Otros se reinventaron en camioneros cuando estos vehículos se desvelaban como alternativa de carga y transporte, los hubo que abrieron franquicias de marcas de electrodomésticos contribuyendo al boom del avance del bienestar en los hogares; o que abrieron bares y locales de ocio cuando el nivel de vida comenzaba a cambiar y resultaba necesario también divertirse. Todo sin que faltaran los que se ataron a negocios de imprentas, tiendas de muebles, tamizadoras de aceitunas para una exportación floreciente, concesionarios de automóviles ante la popularización del automóvil, colmatados por la guinda de no pocos vástagos de familias humildes que con sacrificio fueron accediendo a la universidad para convertirse en auténticos profesionales, que a su vez fueron formando a otros profesionales, haciendo así girar la noria. Multitud de casos al fin, que son sólo ejemplos dentro de un enjambre de ideas.
En suma, una generación de hombres y mujeres que nos dejaron un legado pleno en solidarios y profundos principios. Prohibidas quejas y lamentos, apoyando lo propio como doctos expertos -aún sin habérselo enseñado el colegio, al que pocos fueron- deduciendo que lo común no es otra cosa que la suma de todo lo individual. Gente al fin de sólidos valores, que no sólo no se arredraron ante las dificultades sino que las afrontaron con motivación sin renunciar a la alegría, la propia y la familiar, siempre que podían permitírsela: un domingo en la playa de Chipiona o Matalascañas, en las riberas de Cantillana o Guillena, la Gruta de las Maravillas, Navidades de cante y baile en reunión familiar y de amigos, pasto siempre de la sana alegría. Y desde luego, Semana Santa, Feria y Festival de Cante, cuando no recital en la barra de un bar al tran-tran entre el calor -hoy impensable- y la admiración de amigos y seres queridos. Como diría Warhol, su minuto de gloria.
Por todo lo referido, y por lo obviado, sea éste así un homenaje a esa generación que se apaga lentamente, pero que en ese goteo nos deja el mensaje de tirar siempre adelante, como ellos hicieron por impulso más natural que aprendido. Un enorme grupo de hombres y mujeres de los que no daremos nombres, y no sólo por no dejar injustamente a ninguno fuera, sino porque además fueron tantos que la tarea resultaría imposible. Quedémonos mejor con su legado colectivo, con sus valores, pundonor, su capacidad de esfuerzo inconmensurable, y sobre todo con su ejemplo. Una lección magistral que ojalá remueva nuestras conciencias para animarnos en la implicación de ser todavía mejores. Tanto como para también legar a las generaciones que ya nos pisan los talones un país mejor del que recibimos. Así lo hicieron ellos, por lo que alzo mi voz en tal deseo, aunque a fecha de hoy me acucia la duda de si estaremos a tiempo.
Cuanta verdad en lo escrito y casi perdido, mucha alloransan de personas q ya no nos acompañan.