Toponimia y expresiones populares
—Todos los nombres albergan en su interior un misterio, un secreto o un enigma que aguarda pacientemente ser desvelado por los demás. Eso sucede a la denominación de las calles de nuestro pueblo. Sus nombres, como los de las personas, poseen un significado que evoca el origen, las características y el ambiente de los lugares en que fueron trazadas, la memoria de figuras y hechos destacados, como tantas otras particularidades que entrañan el pasado y el presente del sitio donde vivimos.
—Manuel, ¿pero en realidad crees que es ese un buen tema para la redacción del texto libre que debemos presentar mañana en clase? ¿Piensas que eso pudiese gustar a nuestros compañeros y, lo que es más importante, llamar la atención del maestro de lengua?
—Pues claro que sí. No lo he elegido al azar sino todo lo contrario. Pero Miguel, ¿no ves que el callejero de Mairena es como un diccionario de bolsillo?
—No, no lo veo. La mayoría de las veces que giro alguna esquina, alzo la vista y leo las palabras que encuentro escritas en las fachadas, las identifico con el sentido literal de la propia rotulación; se presentan ante mí como meras agrupaciones inconexas de términos sueltos y solo logro asociarlos con la primera acepción de sus significados por separado.
—Lo entiendo Miguel, eso nos pasa a todos. Pero a pesar de nuestra edad, de no conocer en profundidad la historia de los parajes que precedieron al entorno en el que crecimos ni el ayer de las plazas y edificios que nos rodean, ni tampoco saber con exactitud quiénes fueron esos personajes cuyos nombres nos acompañan desde siempre o qué sucedió aquí siglos atrás; siempre podremos mirar los azulejos o cartelas y leer los nombres de las calles con la imaginación…
—Eso sí, como cuando leemos un libro, ¿verdad Manuel?
—A eso me refiero. Proseguiré leyéndote un borrador del texto que estaba redactando, ¿te parece bien?
—De acuerdo, espero así poder entender mejor lo que me quieres transmitir y de ese modo aportar nuevas ideas.
—El entramado de calles que conforma el casco urbano de nuestro pueblo se compone de una serie de manzanas y volúmenes compactos de diferentes alturas, de aperturas, recodos, pasajes, adarves, rincones y atajos; de explanadas, paseos y espacios vacíos donde jugar y sentarse a tomar el sol. En definitiva, es un laberinto de una gama diversa de matices, lleno de luces y sombras y es el reflejo de la vida de sus propios habitantes.
—¿Cómo Manuel?, ¿pero de qué manera podemos reconocer en las calles la imagen de sus moradores?
—Pues claro que se puede Miguel. Las calles están repletas de vivencias, de relatos y curiosidades que son el resultado de una sucesión continua de vidas humanas entrelazadas hasta nuestros días. Estos lugares quedan así marcados para siempre con las huellas de todos los que pasaron por aquí.
—Entonces Manuel, la biografía de muchas personas y la crónica de algunos hechos están presentes y viven en esos rótulos, ¿es eso lo que pretendes decirme? Igual que sucede con nuestros propios apellidos.
—Bien apuntado Miguel. Los nombres y sobrenombres que nos identifican aluden a parentescos, apodos y lazos familiares; otros a nuestras particularidades físicas; algunos a los oficios, ocupaciones eventuales; y, además, existen aquellos que son la fiel traslación de los sitios o ciudades de la procedencia de nuestros antepasados. Pues de la misma forma, las calles tradicionales de nuestro pueblo son conocidas por sus cualidades morfológicas que esencialmente las definen y singularizan del resto y, así, reciben los nombres de Nueva, Ancha, Hondilla, Real, Arrabal, la callejuela o el callejón sin salida.
—Sí, es cierto. La mayoría me suena.
—También destacan aquellas que poseían o aún contienen aspectos, elementos, edificios o actividades reseñables como la calle Flato, Ronquera, Aire, Coracha, el camino del chorrillo, de las minas, de las albinas, pasaje de la Fuente Gorda, calle Cantarito, de las cabras, Armenta, de los muertos, el Cantillo Lanero, calle Cuna, los ΄quinqueles΄, de los mesones, Estanquillo, de los naranjos, del huerto, plaza de las Flores, calle de la Molineta, Abastos, el paseo de la feria, calle del castillo, de la iglesia y del arco.
—Pero Manuel, algunas de estas últimas no parecen que sean de Mairena. Es la primera vez que oigo hablar de ellas.
—No creas Miguel, sí las conoces de toda vida solo que con otros nombres. Y todo ello, sin olvidar las que remiten a los lugares lejanos con los cuales se guardaba algún tipo de vínculo o a destinos a los que conducían como la calle Trianilla, Gandul, Marchenilla, Sevilla y el camino de El Viso. Existen otras con denominaciones cuyo significado sigue cubierto por la pátina del tiempo, son los casos de Alconchel y Benajete, e incluso otras que han desaparecido como la calle Morería.
Esa tarde, los dos amigos continuaron elaborando durante un buen rato más la redacción escolar sobre el callejero y –sin pretenderlo, a la mañana siguiente en clase mientras exponían su trabajo delante de la pizarra– en la mente de sus compañeros sembrarían la semilla del recuerdo y la memoria de los nombres conocidos de las calles de sus barrios y, a la vez, de sus topónimos populares y olvidados. Fue la transmisión oral la que nos entregó este legado lingüístico, formal y semántico, de ayer y de hoy, dual y ambivalente; aunque la desmemoria y el desinterés por la complejidad de nuestro pasado nos arrebataron los ecos que resonaban cuando todavía éramos unos chavales y ahora solo nos queda el silencio.
Encantada de leer está posibilidad. Ojalá se consiga. Estoy orgullosa de haber nacido en Carmona.