Mis recuerdos de la Navidad
Hay acontecimientos que nos unen prácticamente a la mayor parte de los pueblos y que se celebran en el mundo entero con las variaciones propias de la situación geográfica, el clima, la manera de ser,… etc. Sin duda la que se lleva la palma es la Navidad. Aún en pueblos mayoritariamente no cristianos, casi siempre hay minorías que lo viven en su fe y en su celebración. Por supuesto para nosotros en Mairena es algo entrañable, profundamente arraigado, que se respira en el ambiente, en la alegría de las felicitaciones, en el adorno de nuestros hogares, en la instalación de los belenes, celebración litúrgica, encuentros familiares,… Lo que también ocurre en otras poblaciones que conocemos.
Aunque una buena parte de las fiestas navideñas las he tenido que vivir fuera del pueblo durante mi vida, conservo hermosos recuerdos vivenciales de mi niñez y primeros pasos juveniles. Lógicamente las situaciones económicas de aquellos tiempos nos llevaban a unas fiestas austeras en gastos, pero alegres e íntimas en la vida familiar. No recuerdo que en casa hubiera comida muy especial –sólo pequeño extra-, pero no faltaban las tortas de aceite, o los piñonates caseros, que indudablemente duraban poco ante tantas bocas. Incluso ayudando a preparar la masa, la íbamos comiendo con la “regañina” correspondiente. El bueno de Sebastián, padre de D. Lutgardo Retamino, nos llevaba en sus bolsillos algunos alfajores en estos días.
El centro de las fiestas siempre fue la “Misa del Gallo”, que D. Enrique Pruquer celebraba solemnemente, con su sermón sentado y su bonete puesto, y el coro de las jóvenes –con Menchu con su hermosa voz- cantaban los villancicos, después de habernos deleitado con la misa de “Angelis” o la partitura de S. Pío X. Cuando no se estaba acostumbrado a la “vida nocturna”, aquel extra tenía un sabor especial, sobre todo felicitándonos a la salida, y la vuelta al brasero de cisco, comiendo las últimas tortas de la bandeja antes de refugiarnos en la cama. Esa noche hogareña iba fomentando en nosotros el espíritu familiar. Es verdad que en aquellos tiempos de penuria (“tiempos de hambre”) no todas las familias podían celebrar de la misma manera, aunque la habilidad de las madres o abuelas siempre encontraban la posibilidad de poder presentar en las mesas algunas tortas caseras.
Con sol agradable los días navideños se ocupaban con los paseos por la carretera, sobre todo la del Viso, sentándonos en las piedras cerca del chalet de José Mª del Rey. Otras veces era la visita a algunas huertas, de las que volvíamos cargados de sus dulces naranjas. No faltaban “excursiones” al Cebrón o a Sta. Lucía. Y siempre había lugar los festivos para la sesión infantil de las películas del oeste, entusiasmados con las carreras del caballo blanco del “buenos”, que el Palacio Cinema –recién construido- o la sala del Viso nos presentaban. En el cine de la población viseña vimos “Blancanieves y los 7 enanitos”, que hacían nuestra delicia. Los Reyes Magos eran pobres como para tener carrozas, incluso caballos, pero no faltaban los “reyes” en las botas puestas en la ventana o el balcón con bolsas de caramelos, caballos o patines hechos por el carpintero amigo, o pedazos de carbón negro cuando el comportamiento no había sido bueno. La máxima ilusión una pelota de goma, frente a las de trapo con las que se jugaba en la “tajea” o el camino “elviso”. Las niñas se hacían “mamás” con sus muñecas o cocinitas.
Unos defenderán que aquellas Navidades eran más entrañables, más vividas, más familiares,… Otros elegirían las actuales con su ambiente comercial, ciudades llenas de luces, comidas y diversiones para las posibilidades de cada uno, belenes atractivos concursados en las poblaciones, repostería exquisita que penetran en nuestros ojos y sabor… En el fondo no es esencial. Los mayores las vivimos de una manera, y hoy se organizan otras cosas, aunque se mantienen buenas tradiciones. Lo que no debe nunca faltar es la razón de estas fiestas. Lo que vivimos en nuestra fe o al menos en el deseo de una sociedad más igualitaria. Para los creyentes, la presencia de Dios hecho Vida, Amor desbordante, que desde Belén llama a superar diferencias violentas, tanta exclusión injusta, tanto individualismo ambicioso, que ocasionan en pleno s. XXI el panorama que el mundo nos ofrece. Estos días han de ser de planteamientos serios, de dejar nuestra pasividad y trabajar con el “recién nacido” por una mayor igualdad y posibilidades para tantos marginados. Cada uno puede aportar mucho, si la Navidad nos dice algo.
Pero también en estos días se crea un ambiente, aún para los no creyentes, que invita a una mayor fraternidad solidaria, aunque sea en detalles, que no compliquen mucho. Puede ser la base para plantearse que hay que dar pasos más serios a favor de personas, familias y pueblos sistemáticamente excluidos. El haber pasado las Navidades no puede llevarnos a “cambiar o pasar a otra cosa”. Los valores navideños deben estar siempre. Los que se fomentaban antes y los que ahora nos hacen más dichosos. Una sociedad como la nuestra necesita el “espíritu de Belén”.