Juanito, el de Veneranda

Veneranda era una mujer enjuta, delgada, de unos 60 años, despuntándole las primeras canas, vestida siempre de negro, como era costumbre en las mujeres de esa edad en Mairena. El delantal, gris oscuro con lunaritos, doblado por una de las puntas sobre la cintura, y la mano derecha con frecuencia metida en el bolsillo. De pie en su puerta, con sus zapatillas también negras. Veneranda despedía a su joven hijo Juan, que marchaba para las faenas del campo. Veneranda y Juan vivían frente a la peana en la esquina con la calle del castillo, la que hoy sirve de oficina de turismo, y por donde actualmente se pasa al recinto amurallado. La fachada no ha cambiado desde entonces. Incluso con los mismos colores azul suave y blanco. Idéntica fachada.

Al castillo se entraba por la puerta del callejón donde esperaba Angelito, que conducía al patio donde Doña Dolores esperaba con su sonrisa y hacía sentar en las butacas de mimbre, mientras los niños jugábamos en el impecable jardín. Y si se podía, a corretear por las murallas.

En la otra esquina del callejón vivía Lola, que sí vestía de manera más clara y que primorosamente surcía los pantalones o vestidos, que había que repasar una y otra vez. O con su huevo de madera lucía sus habilidades dejando como nuevas las medias, que tenían que volver a ponerse. Era lo que imperaba.

Veneranda tenía una hermana parecida, con el mismo porte y madre de los Sicardos, que en su casa con su hija Dolores nos veía pasar a los niños hasta la carpintería, donde Sebastián, Manuel y Antonio trabajaban con su papá haciendo sus obras artísticas, desde arados a muebles finos. Mamá Dolores con su hija preparaban el rico cocido para los carpinteros. José era el único que iba empleado a las tierras de su tío.

Veneranda… Dolores… prototipos de la manera de ser, vestir, y trabajar de las mujeres maireneras. En aquellos tiempos era difícil encontrar una mujer de cierta edad vestida de claro. O negro u oscuro, o morado de hábito. Y creo que se tardó no poco para que aparecieran de otra forma. Son reminiscencias árabes. Hoy se vuelve al color oscuro o negro en la mujer; aunque ciertamente de otra forma.

Juanito está ya muy mayor. Sus facciones cambiaron poco. Las costumbres y la vida de Mairena sí. Le llevan cada mañana a tomar el sol junto al “Ficus” a pasear y tomar parte en el “ateneo” de los mayores. Y con él, octogenarios y nonagenarios cuentan sus “recuerdos”. La plaza sigue siendo el lugar de encuentro de los más mayores. Y para muchos la visita al Cristo no falta. Juanito con sus condiciones vive todo esto.

Mairena dejó de ser una población esencialmente agrícola. Y las Venerandas apenas se ven en las puertas de sus casas despidiendo a sus hijos al trabajo. En todo caso marchan las maquinarias y los trabajadores en sus coches. Ya son pocos los que quedan en actividades agrícolas. Algunos profesionales preparan, siembran y recolectan los campos, que les encargan. Es difícil repetir la escena de Juanito despidiéndose de su madre en las horas tempranas.

Juanito es el último eslabón de una familia abundante. Poco a poco han ido marchando al encuentro con el Señor. Padres, hermanos, esposa,…. Recientemente se nos fue Domingo. Juanito nos queda para recordarnos una de las familias más representativas en la Mairena eminentemente agrícola. Hoy que todo ha cambiado y que Mairena es una población de servicios y trabajo en Sevilla. Juanito nos sigue recordando, junto a otros, lo que fue la Mairena de ayer, y la gran transformación en casas, zonas verdes, edificios como la Villa del Conocimiento en una Mairena, que poco tiene que ver con la anterior. Juanito, siempre sonriente, nos enlaza el ayer y el hoy.

 

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