Del pasado (II Parte)
Artículo publicado en la Edición Papel nº 125 Marzo-2019
Una de las cosas que nos queda a nuestra edad es soñar con el pasado y los recuerdos llevan a algunos hechos de entonces.
Entre ellas actualizamos el empedrado de la calle Arrabal. Nos acordamos desde que éramos pequeños. Primero junto al acerado se puso una fila de adoquines. Por ahí correría el agua de lluvia, limpiando la utilizada en el regadío de la acera llena de lejía, para dejar las puertas limpísimas. Luego unos rectángulos de “guijarros”, puestos con primor y rellenos con cal, albero y arena.
Antes suelo de adoquines y ahora el asfalto lo inunda todo. Hasta con muchos parches sobre el mismo
Cuando estos rectángulos estaban preparados, el trabajador sentado en el suelo y con las piernas abiertas, rellenaba con arte estos rectángulos y cubría con el mismo material, pasando por arriba una apisonadora de mano. En algunos días no se dejaba pisar, para que no se deformara.
Después los poquitos coches del pueblo que iban y bajaban “ayudaban” a apisonar el suelo, aunque también ponían en evidencia los fallos provocando algunos socavones, futuros charcos de agua con la lluvia. Poco duró porque la marea del asfalto lo cubrió.
Pronto se evidencian los “puntos débiles” hundidos por el simple paso de los coches de entonces (poquitos) que ayudaban a apisonar. El final se quedó en albero hasta el encuentro con la estrecha carretera que transitaba hasta el Viso-Carmona. La feria se instalaba en lo que hoy es el Paseo. El mínimo paso de coches apenas estorbaba.
La plaza de las Flores estaba pavimentada por gruesos adoquines colocados de forma desigual. Toda el agua de lluvia corría hacia la calle Marchenilla, desahogando el arroyo, camino del Salado.
Aquel empedrado de nuestras calles tenían su gracia. Llegó el asfalto y lo arrolló todo. Se modernizó y no se veía más que asfalto, que igualaba todas las calles. Los jóvenes y no tan jóvenes no conocen otra cosa. Ni se lo figuran. Es lo que se ve por todas partes. El empedrado y adoquinado de grandes adoquines irregulares.
Hoy el asfalto lo inunda todo. Hasta con muchos parches sobre el mismo. Al levantar algún trozo enseguida aparece el empedrado. El que tuvo Mairena en los arrabales. Lo normal es nuestras calles. Lo que se veían en las mismas calles, que con suerte consiguieron estos empedrados.
No debemos parecer “calles asfaltadas” debemos mantener lo que nos hace diferentes
El empedrado, por su originalidad, marcaba algunas de nuestras calles. El asfalto, con su monotonía, iguala a todas las calles y prácticamente a todos los pueblos. La ola del asfalto parece universal ,y las calles y las carreteras entran en su monotonía. Podemos decir que es lo común a los pueblos, a las ciudades, a las carreteras, quitando la peculiaridad tan propia de nuestros pueblos y de no pocas ciudades.
El asfalto parece que nos iguala, pero nos mete en lo vulgar. Nos lleva al anonimato y hace perder las características de las diversas poblaciones.
Los empedrados ayudaban a que los carros, con sus ruedas estrechas (el de los aguadores, de la basura, como también los que venían de la Vega cargados de cereales), pudieran agarrarse y avanzar con más facilidad. Hoy los asfaltos necesitan sólo de buenas gomas en los coches que le faciliten el deambular por nuestras calles y carreteras. Más cómodo, pero menos característico.
Si lo aplicamos en nuestra vida, nos lleva a pensar que no debemos parecer “calles asfaltadas”. Sino mantener lo propio de cada uno, aunque entre todos aportemos esa visión de conjunto, que nos da el “asfaltado”.
Cada uno pone su “puntito”. Cada uno hace su aportación. Al final (como en el empedrado), cada piedra o cada guijarro, aporta su colaboración con el otro. Y entre todos llegamos a la armonía apetecida. Manteniendo lo mío, comparto con el otro, y el conjunto es el producto de cada aportación.
La Mairena de los empedrados es la Mairena de la colaboración. El asfalto nos mete demasiado en el anonimato.