Querida Eva, mi hijo quiere ser MasterChef
Querida Eva, mi hijo quiere ser MasterChef y ¡qué grande es cuando un niño está motivado para hacer cosas interesantes!
El programa MasterChef, aquel donde haces uno de tus múltiples e interesantes trabajos, consigue que muchos chicos y chicas, muchas familias enteras, estén prendados y conectados con una actividad que les ha ilusionado.
Este programa ha sabido canalizar motivación e ilusión, conocimiento, también aquellos ingredientes propios del suspense que te dejan atado al sillón hasta el final. Es un verdadero tratado de psicología, en un terreno que, además, para muchos podría suponer trabajo, una oportunidad para el empleo en un sector cargado de dinamismo laboral y, desde luego, sabor.
Querida Eva, el programa MasterChef consigue sus objetivos y, perdona que te hable de ello, logra lo que otros desde la educación formal, desde la escuela, no están logrando. Hoy muchos profesores se lamentan de la falta de motivación del alumnado, quejándose algunos con amargura de la falta de estímulo, de las múltiples distracciones que los alumnos muestran en las aulas, de las faltas de atención y concentración.
Hace unos días, hablando de estos problemas que se dan en el aula con mi amiga la Dra. Alma Dzib Goodin, prestigiosa neurocientífica norteamericana, me decía: «Cuando me preguntan cómo hacer para que los alumnos presten atención y no se distraigan con el ambiente, la respuesta es muy simple: diga algo interesante». ¡De eso se trata sencillamente!
Sí chef, gracias chef
Hoy muchas personas añoran el principio de autoridad del docente, perdido en la maraña de los descuidos de la malinterpretada democracia. Algunos intentan hacer juegos malabares para ganar la misma, otros apretaron el botón del olvido en la idea de que la autoridad fue signo de otros tiempos. La Norma pasa de puntillas sobre esta cuestión, ante la seguridad de que habría alguien que la podría confundir con algún supuesto de la ley de la memoria de la historia. ¡Qué fácil es confundirlo todo!
La mayoría asiste a la nebulosa y algunos a una desesperada pero pasajera situación de desasosiego. ¡Qué difícil es decir sí profesor, gracias profesor! ¡Suena hasta rancio!
Pero lo vemos normal en MasterChef. Sí chef, gracias chef, en un ejercicio de respeto y admisión de la autoridad del otro, de aquel que sabe y puede, del que enseña y obliga, del que admite y rechaza.
Querida Eva, lo sabes también como yo, ya sea por exigencias del guión y porque en la vida real en sus respectivos restaurantes estos chefs, eximios maestros, tienen que ser así: seguros de sí mismos para enseñar y amables en el trato para llegar al alumno, pletóricos de conocimiento y prestos a darlo todo en cualquier momento, firmes en el criterio y flexibles porque se trata de personas, lo que no quieta que quieran hacer siempre el bien en un marco de rigor y respeto a la norma. Son, en definitiva, maestros porque enseñan, cosa que hacen con fruición y vocación, con el rigor y la pasión necesarios.
Y esto es, querida Eva, lo que sus alumnos reconocen y aprueban, y todos lo vemos. ¡Claro que en ocasiones están contrariados! ¡Ahí está la virtud, en el reconocimiento a la autoridad, el sí chef-gracias chef es prueba de ello!
Y no resulta extraño estar escribiendo esto, observo la cantidad de quejas por la pérdida de autoridad de los profesores, al tiempo que veo el contraste de la autoridad de los MasterChef del programa, eres testigo de ello querida Eva. Me dirán que son las exigencias del programa, y yo les diré que en la escuela también hay un programa y un guión y un maestro y un alumno, y que en ocasiones son arrinconados. Y también les diré que ojalá haya más niños y niñas que, como el mío, inspirados en tu programa tengan ganas rabiosas de ser un MasterChef hoy y mañana, de emprender con energía y entusiasmo, que es justamente lo que necesitamos. La escuela, entonces, lo habrá logrado.
Gracias querida Eva por haberme leído, sabes, al igual que yo, que siendo ídolo como eres puedes inspirar excelsos modelos que muchos seguirán, por eso el cuidado y la simpatía que pones en las cosas son altas escuelas de futuro.
¡Estoy de acuerdo contigo, muy buen artículo José Manuel!
Todo empezó cuando un padre dijo que el no trataba a su hijo como padre sino como amigo (nunca supe que entendía como padre, yo al mio lo tenia como los chef). Luego siguió con el maestro que dijo a mi no me llames Don Manuel, sino Manolo.
Santa madre de Dios!
Ego absolve te!!