El mayor experimento mundial para la enseñanza virtual y la libertad

Recuerdo el testimonio de aquel croata que nos contaba en la ciudad española de Ceuta (en el norte de África). Con lágrimas en los ojos nos decía que un día cualquiera empezaron a oírse extraños mensajes y que al día siguiente había comenzado la Guerra de Yugoslavia. Corría el año 1991.

Para 1994 yo estaba en Paraguay. Y me acuerdo de la conversación con varios amigos paraguayos. Era domingo y compartíamos pollo y mandioca. Y les contaba sobre la guerra de Yugoslavia. Como si nada.

Pero, ¿qué mensajes eran aquellos? Mensajes de desconfianzas, de recelos. La gente contra la gente. Unos hablando mal de otros, se decía, se decía que se oía. Eran como deudas pendientes (algunos pensaban ya olvidadas, y perdonadas). Se respiraba un mal aire. Sospechas. Al poco tiempo, sólo horas, empezaron las miradas y las palabras de odio.

Nadie quiso ese momento. Pero la forma de vivir se acabó sin despedir la anterior. La vida se acabó de golpe.

Cortocircuitos sociales
Como decía el premio Nobel Friedrich von Hayek:
«El hombre no se ha desarrollado en libertad. Como miembro de aquella pequeña tribu a la que tenía que pertenecer para sobrevivir, el hombre era todo menos libre. La libertad es una construcción de la civilización, que ha liberado al hombre de los obstáculos del pequeño grupo y de sus humores momentáneos, a los que incluso el jefe tenía que obedecer. Lo que hizo posible la libertad fue la gradual evolución de la disciplina de la civilización que es al mismo tiempo la disciplina de la libertad».

Y ahora nos hemos quedado sin libertad. Como la vida en Yugoslavia: se acabó de golpe.

Lo que Hayek denominaba economía centralmente planificada, puede verse también como una sociedad planificada. Nos hemos acostumbrado a ello. Todo es previsto y provisto por el Estado y sus derivados: Consejerías, Ayuntamientos y demás instituciones. Todo es esperado por la persona, ya sea porque piensa que es lo que le deben por su categoría de ciudadano (lo quiera que esto sea), porque es su derecho o, simplemente, porque se lo merece. Y a veces lo espera «sentado en su sofá».

Pero, en este tiempo de pandemia, algunas cosas se acabaron de golpe, como la libertad, como la vida en Yugoslavia.

También se acabó, al menos por un tiempo (y del futuro no sabemos nada), la educación que recibíamos, al menos aquella planificada.

Cerraron los colegios y cambió el modelo.

Y se notó la avería. Muchos, sentados, esperaron que el Estado, y sus derivadas, curaran al enfermo, de una educación que no nos hacía más educados. Y nos dimos cuenta de que no nos habían enseñado a aprender. Y muchos, incluida la televisión, ayudó a ello.

Desde 2006 insinuando que eran las competencias las que nos ayudarían a ser mejores, en todo. Y las competencias se convirtieron en las hermanitas pobres del sistema, ese que es anchamente planificado.

«El problema de la educación no se reduce al problema de la escuela; la escuela es un instrumento educativo entre otros; y resulta abusivo y errado hacer de ella el instrumento principal», dirá Emmanuel Mounier.

De ello te hablaré en el siguiente artículo.

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