El Tren de la Bruja, un tren de sensaciones

Por Chema Cejudo

El Tren de la Bruja es una atracción ferial tan popular en las ferias, y desde luego en nuestra Feria Primera de Andalucía, que sirvió hasta para inspirar el nombre de aquel cortometraje español de 2003 dirigido por Koldo Serra. Pivotaba en sus 18 minutos de duración en la historia de un hombre que era tomado como conejillo de indias en un experimento para analizar la conducta humana en condiciones de terror extremo, sentado en una silla en un espacio a oscuras. El premio sería recibir una cuantiosa suma de dinero. Nacho Marcos, Santiago Guibert, Fernando Calvo y Elena Mendiola fueron los protagonistas de aquella obra de terror.

A diferencia del corto, los protagonistas del concurrido tren de la bruja son la inmensa mayoría de los feriantes, que llevan numerosas décadas disfrutando del ‘cacharrito’, habiéndolo colocado en el primer puesto de su ranking de preferencias durante tan especiales días. Y no sólo por lo que se refiere a los niños y niñas, que también para esos mayores que nunca perdieron cierto porcentaje de infantilidad en su carácter. En cuanto al miedo, es hasta cierto punto compartido, aunque puntualizando, pues en El Tren de la Bruja, el miedo no es sólo matizable, sino que se manifiesta como una mezcla que incorpora alegría o guasa a mitad de dosis.

Además, el contagio del espíritu ferial explica en buena medida ese deseo de vivir tan excitante como contradictoria experiencia, que por lo demás y como ocurre con todo lo que nos es grato, gusta de repetir. ¿Dónde están los niños y niñas que no pidieron a sus mayores subir a la atracción ferial, a costa incluso de guardar colas o soportar inclemencias del tiempo? ¿O acaso no son multitud los mayores que a la par que suben con los infantes (hermanos, hijos, sobrinos, nietos o afectos de cualquier tipo) para iniciarlos en la experiencia no viven de paso la ilusión inocente de arrebatarle a la bruja la escoba con la que igual nos golpea el ocipucio que la mollera.

¿Y qué contar de la travesía del tunel, oscuro e incierto ante la sorpresa que a veces ni se produce del escobazo súbito de la bruja por incomparecencia de la bruja? Una bruja, por cierto, a la que los que tenemos memoria vimos con variopintos aspectos, ya fuera de harapienta temeraria o de mujer basta con ademanes groseros. Llegando el usuario al cúlmen de satisfacción cuando por golpe de suerte, o por meritoria pericia alcanza a conseguir el trofeo de la escoba. Más aún si con ella en su mano ahora conseguía devolver el golpe a la bruja, terrible ella si la tomaba con algún pasajero en particular, sin cesar la lluvia de escobazos a lo largo del divertido viaje. Y la bruja a por escoba nueva.

Esos son los mimbres de El Tren de la Bruja, con los que ha ido convirtiéndose en inevitable en toda feria que tal nombre merezca, notándose su ausencia en una especia de vacío añorante de tan excitantes sensaciones. Porque ese tren, sin duda heredero de la tradición ferroviaria de finales del siglo XIX e inicios del XX, que hizo de ese medio de transporte emblema del comercio y del turismo, sirvió para hermanar el mundo, como igual sucede en la feria. De ese modo permite disfrutar de una dicotomía de sensaciones que son pura comedia, como la vida misma, donde a veces reimos y otras no tanto. Por ello, larga vida a El Tren de la Bruja.

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