Memoria y semblanzas de una vida
Al mediodía la salida del colegio nos deparaba una grata sorpresa. Sin pausa, mi hermano y yo, nos dirigimos entusiasmados a la carpintería de La Tajea. Allí solíamos abastecernos de selectos retales de madera. Por la tarde, en casa, continuaríamos con juegos donde esos preciados materiales hacían que cada aventura fuera diferente. El taller estaba ubicado al fondo de la casa, entre el patinillo de la cocina y el corral. Casi de forma instintiva, una vez allí, escudriñábamos todos los días un rincón desconocido. Así, aparecían delante de nosotros objetos de madera y herramientas que no adivinábamos a saber cuál era su función. Y en ese intervalo de tiempo, tres hermanos de una importante saga local de carpinteros regalaban a nuestros oídos historias relacionadas con su profesión.
–¿Sabéis que son esas piezas?
–No. Nunca habíamos visto antes nada igual.
–Ya están en desuso. Aquella de allí es la parte derecha de un antiguo yugo –dijo Manuel.
–¿Y para qué servía?
–Era el aparejo de una yunta de bueyes. Gracias a él las bestias tiraban del carro o del arado.
–Allí precisamente tienes uno. Y más allá la rueda de un carro, hechos ambos del mismo tronco –apuntó esta vez Antonio.
–Eran otros tiempos, entonces los encargos eran mayoritariamente del mundo rural. Útiles del campo, cercados, los tejados de caseríos y tinaos. Pocas puertas, ventanas o muebles caseros.
–Pero un día, siendo el aprendiz de mi padre, recibimos un encargo que no tenía nada que ver con los demás. Se trataba de la sustitución de la cubierta, a dos aguas, del soberao de la casa situada en el número dos de la calle Real –señaló Sebastián.
–¡Esa es la casa antigua de mis abuelos! –dijo mi hermano.
–Y también son nuestros parientes –contestó Antonio.
–Una vez encima del entarimado del soberao, el cual ya habíamos restaurado, fuimos elevando lentamente la estructura de madera denominada nudillo-par-hilera o simplemente par y nudillo. La hilera era el listón superior de coronación que unía cada cercha de forma triangular. Cada una de ellas estaba compuesta por pares –dos listones inclinados–, un nudillo o travesaño entre los pares y un tirante en la base hasta los durmientes. Estos estaban empotrados en los muros de tapial, donde apoyaba la cubierta.
–Pero la dificultad no solo estaba en el montaje. En el taller, el dominio de los ensambles y los encuentros constituía la labor más compleja del carpintero: la espiga, la cola de milano, los dientes, la media madera, la horquilla, los cuarteles o el rayo de Júpiter. Un conocimiento ancestral que aún pervive.