La Saeta

Fenómeno único e irrepetible específico de Andalucía, aunque extendido también a ciertos puntos circundantes como Extremadura, Castilla La Mancha o Murica, la saeta constituye a día de hoy una variable particular dentro de los palos del cante flamenco de mayor jondura, aun a costa de que su origen trasciende a este tipo de arte tan original, tanto en función de su fondo como de su forma.

Teorías existen al respecto de su naturaleza, aunque conclusiones irrefutables no haya ninguna. Aun así, parece constatado el origen etimológico de la palabra que lo define: SAETA, derivada del latín ‘sagitta’, el bajo denominación con la hoy día este cante se ha convertido en una variable muy apreciada en el ámbito de los cánticos religiosos, distinguida por unos ritmos y cadencias vinculadas a las esencias cantaoras propias del sur de España. Sin duda alguna, los lugares donde desde hace siglos se interpreta con devoción y emoción desbordantes al discurrir de esos tronos andantes que representan en los escenarios callejeros de sus ciudades y pueblos durante la Semana Santa las más simbólicas escenas de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.

En cualquier caso, y tirando de historiografía, sí que parece atinado inferir que este conjunto de creaciones que forman todo un rico repertorio, y al que Antonio Machado tildó de cancioncillas cuya principal misión consistía en traer a la memoria del pueblo durante la Pascua de Pasión algunos pasajes del referido episodio de las Sagradas Escrituras, sobre él sí que es sabido que a modo de coplas se recitaba emulando disparos de flechas dirigidas al corazón de los fieles. Unas obras -y esto lo añadimos nosotros- capaces de conectar tan a fondo con el alma y la esencia andaluzas, que hacen posible la aparente paradoja de aunar en una misma interpretación el dolor por el drama de la muerte de aquello que tanto se quiere junto a las emociones que brotan de la belleza. Emociones en todo caso tan desbordantes que hacen difícil en quienes las oyen la contención, con frecuencia manifestada a través de sentidos oles o cálidos aplausos. A la postre, un modo tan particular de performance incomprensiblemente lanzado desde la más sencilla naturalidad.

De este modo, las hoy denominadas saetas gozan de gran prestigio, arraigo y popularidad, aun a costa del efímero tiempo de vigencia que les ocupa si atendemos al calendario anual de acontecimientos. Se requieren encima para declamarlas las más altas capacidades y plenitud de forma de sus intérpretes, ya sean éstos aficionados o profesionales, para quienes de ningún modo resulta desdeñable este palo del flamenco, siendo así que sean escasos los cantarores y cantaoras que no las incorporan a su repertorio. Y ciertamente, cada vez con mayor peso y presencia de las mujeres, en un campo al que de soslayo aportan una riqueza de matices que no hacen sino engrandecer estos cantes aún más. Cantaores muy devotos unos, y otros no tanto, para todos el arte y cante de la saeta constituye un signo de distinción, a menudo transido de guiños al público, como puede apreciarse en tantas ocasiones cuando se entonan en su presencia, ávida por lo general en la espera; ya sea en las procesiones tras la parada de los pasos, ya en las innumerables exaltaciones, tan abundantes hoy que no hay pueblo o ciudad que se precie que no organice la suya. En buena lid, dando la impresión de que hubieran venido para sustituir a los antañones concursos radiofónicos que tanto promocionaron estos cantes durante el siglo XX, hoy ya desaparecidos.

Pero volviendo al origen y génesis de nuestras saetas flamencas, bien cabría reseñar que obedecen a los cánones establecidos a finales del siglo XIX, cuando se aflamencaron dando evolución de sus parientes genealógicas precedentes, más cortas y sobrias de estilo, y que aún se pueden oír en algunos pueblos andaluces, como por ejemplo es el caso del canto del Santo Dios de Mairena del Alcor, el cual se interpreta a la salida de edicho crucificado, que dentro de un lienzo procesiona el día 18 de marzo, y cuya estación de penitencia está considerada como la primera cofradía de pasión de la localidad sevillana. No obstante, y a modo concluyente, las variables saeteras propiamente dichas, conforme se prodigan en la actualidad, pueden reducirse a dos claras expresione: la saeta por seguiriyas, la más extendida, cuyo modo y carácter musical recuerda a ese austero palo cantaor; y la saeta carcelera, de carácter algo más suave y dulcificada.

En ambos casos, son generalmente interpretadas sin música como ocurre con las tonás, a cuyas cadencias tampoco son ajenas, pero ello no obsta para que las saetas sean introducidas y despedidas en cada interpretación al compás de los sones de una banda de música o de cornetas, arropadas de ese modo con un repertorio también creado ad hoc para estas celebraciones que apelan a la Pascua de Pasión. No obstante, a fecha de hoy, y como fenómeno no ajeno a las nuevas tendencias del flamenco, comienzan a introducirse con timidez determinadas innovaciones instrumentales que vienen a enriquecer a tan peculiares creaciones, que a la postre no son otra cosa que oraciones cantadas.

Una filigrana más para el engrandecimiento de unas composiciones que dentro de su sencillez gozan de tanto magnetismo como magia y enigma sobreañadidos, y que tan bien definió en su identificación con el pueblo andaluz el poeta Machado en aquel poema, que luego sería llevado a la música por el cantautor Joan Manuel Serrat entre otros artistas, traspasando las fronteras de los estilos musicales. Y bien que cabría reafirmar lo de enigmáticas si escarbamos en su incierto origen, sobre el que los estudiosos no acaban de ponerse de acuerdo ante un hipotético nacimiento árabe asociado a los cantos de los almuédanos de las mezquitas andalusíes, a los cantos cantos judíos o las salmodias sefardíes, cánticos de origen religioso orientales, e incluso posibles tributarios de los cantos procesionales cristianos de los misioneros franciscanos de los siglos XVI y XVII, que ya entonces se llamaban saetas, y que servían de avisos o sentencias plasmadas en coplillas que se recitaban o cantaban por las calles en determinados momentos de sus misiones.

Sea como fuere, y lógica mediante, lo más probable es que como todo en la música, no se trate ni más ni menos que de un compendio de influencias bien mezcladas, cuya vástaga consecuencia sean estos cánticos tan apreciados y que hoy tanto disfrutamos, los mismos que conocieron su edad de oro en el primer tercio del siglo XX para luego caer en un pasajero declive del que fueron rescatados por nombres gloriosos como los de Manolo Caracol o Antonio Mairena, quienes hicieron de locomotora para darles un nuevo impulso que los izó a nuevas cimas en la década de los ochenta, aun a costa del lamento del maestro de Los Alcores cuando sostenía que se estaban perdiendo «porque todo el mundo las cantaba igual”. Una premonición que por suerte no se ha cumplido.

Saetas, saetas, saetas… Entonadas desde el alma, e indistintamente ante los Pasos de Cristos o de Vírgenes, este rezo es lanzado como canto desesperado tratando de amortiguar y estimular al Hijo de Dios en su martirio hacia la Crucifixión, o al afligimiento de madre de la Señora, impotente ante el dolor del hijo, impregnadas de la latente idea de acompañarla brindándole un tan misericordioso como perentorio consuelo. Bajo este formato, son inumerables los puntos geográficos en los que durante la Semana Santa pueden escucharse nuestras peculiares saetas, con esa mezcla de emoción y belleza desbordantes, siendo igualmente resaltables las localidades de la campiña sevillana como Marchena; o cordobesas como Castro del Río donde adoptan los llamativos nombres de molaeras o molederas, de santería, cuarteleras, llanas o del prendimiento. O las antiguas de Cabra, y las Sátiras de Loja, en Granada. Sin pasar por alto algunas particularidades de la geografía malagueña, e incluso fuera de Andalucía las curiosas creaciones que se dan en distintas comarcas cacereñas.

Mención diferenciada constituyen las saetas egabrenses, poseedoras de dos variantes: la narrativa caracterizada por contar la Pasión, y las explicativas cuya esencia bien reflejó el escritor Juan Valera en «Juanita La Larga», consistente en interpretarlas. En todo caso, calificadas como saetas «penetrantes» o «del pecado mortal» se implemetan en demanda de arrepentimiento de los pecados, petición de perdón y resarcimiento de los mismos en la penitencia. Lo dejan claro sus letras, entre cuyos nombres ejecutores, magnificadores e impulsores se reconocen personalidades diversas como las de José María Barranco Zúñiga, Pepe Barranco Gutiérrez, David Barranco Pérez, Fernando de la Rosa Pons, o su abuelo Curro, todos ellos grandes artífices de las mismas, cada uno con su sello personal.

Por último, en cuanto a la estructura de la saeta y a modo general, puede decirse que están compuestas por cuatro o cinco versos octosílabos, que dentro de su dificultad interpretativa resultan deudores de la adaptación a las sonoridades flamencas que les imprimieron pioneros del estilo como Antonio Chacón, Manuel Torre, Manuel Centeno, La Serrana, Medina El Viejo, La Niña de los Peines o Manuel Vallejo. Y como emblema o baluartte de la lucha por su permanencia, actualmente bien podría mencionarse al veterano Concurso Nacional de Jerez de la Frontera, que en su lucha por fortalecerlas cabalga ya hacia el medio siglo de vida de manos de la peña flamenca «La Buena Gente».

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