LAS VI MORIR. LA PLAGA DE LAS CHUMBERAS

Por José Manuel Navarro Domínguez

La chumbera (Opuntia ficus-indica y Opuntia dillenii) es una cactácea de intenso color verde y grandes espinas que florece en primavera y fructifica en verano, resistente y bien adaptada al clima seco y soleado del mundo mediterráneo. Se reproduce por semillas y por esquejes a partir de las hojas o palas, capaces de generar raíces y nuevas hojas. Hemos crecido acostumbrados a verla al borde de los caminos, integrada en formaciones arbustivas con agaves, hinojos, espinos y otras especies, resguardando los olivos y los naranjos que se veían entre las hojas del denso vallado, y acogiendo a su amparo a conejos, aves, reptiles e insectos, formando colonias que llenan de vida los campos. Atraía la atención de los viajeros europeos románticos, que destacaban su aspecto exótico y pintoresco, que daba al paisaje andaluz un toque oriental, considerándola, erróneamente, una planta de origen africano.

Ha formado parte de los vallados andaluces desde el siglo XVI, cuando llegó de América a bordo de los galeones. Originada en el clima cálido, soleado y seco de México, era cultivada por los mayas y aztecas, que la llamaban tuna o nopal, como base para la cría de la cochinilla del carmín (Dactylopius coccus), un insecto parásito de la chumbera, de cuya hembra se extraía un tinte rojo carmín (ácido carmínico E-120), usado tradicionalmente para teñir tejidos y hasta nuestros días como colorante en cosméticos y alimentos. Fue explotada en régimen de monopolio por la Corona hispánica hasta el siglo XVIII, cuando se establecieron plantaciones de chumberas para criar cochinilla en el Caribe y en Canarias. Sólo tuvo éxito en Canarias en el siglo XIX, por la gran demanda de la creciente industrial textil europea, pero a fines de siglo decayó con el desarrollo de los tintes químicos.

Aunque la Corona prohibió el cultivo de chumberas en la península ibérica para mantener el monopolio, pronto encontró acomodo como vallado natural y se extendió por la costa mediterránea, alcanzando especial densidad en Andalucía, Extremadura y Baleares, y cierta presencia en algunas zonas de la submeseta sur y Aragón. En Andalucía había a principios del siglo XXI unas 6.000 hectáreas de chumberas, la mayoría formando parte de setos en los bordes de caminos y algunas masas más densas en laderas y zonas de escaso valor agrario, donde contribuyen a la sujeción del terreno reduciendo la erosión. Con este fin se plantó masivamente en Almería en los años sesenta.

Celosa guardiana de fincas, silenciosa acompañante de caminantes y marca de linderos de huertas, olivares y mieses, la chumbera forma parte de nuestro paisaje, naturalizada por el uso tradicional, y se encuentra plenamente arraigada en nuestra identidad colectiva con vínculos emocionales forjados con recuerdos e imágenes. Se sembraba simplemente enterrando las pencas en el suelo, alineadas en el borde de las fincas, en algunos casos junto al agave americana, las pitas de pitón. Dulcificaba el verano con higos de carne verde, jugosa, poblada de pequeñas semillas. Se recogían en los vallados al llegar el verano, por la mañana temprano o al caer la tarde, para evitar el calor, con una caña ahorquillada en su extremo, dividido en tres brazos con cortes rectos, mantenidos abiertos con un corcho en el hueco interior y reforzados con cuerda en la parte exterior. Se les quitaban las púas sacudiéndolos en un saco de arpillera o una red densa, o barriéndolos sobre la arena fina del camino. Se pelaban cortando las partes inferior y superior, con un tajo limpio recto y haciendo un corte longitudinal en el cuerpo para abrir la piel a ambos lados, como alas, liberando la jugosa carne interior.

Cuando salía a correr por vía verde, recuerdo encontrar a algunos vecinos con motos y un cajón en la parte posterior, y algunos coches cargando cajones para venderlos por mercadillos y puestos callejeros, especialmente el sábado para venderlos el domingo en el mercadillo del Charco de la Pava en Sevilla. Creo recordar que fue allá por 2016 cuando aparecieron las primeras plantas afectadas en la zona de Gandul, y hoy no se encuentra ninguna planta sana. Bastantes han desaparecido ya, arrancadas por dueños de huertas y olivares, y las restantes, moribundas, se mantienen en pie, guardando la linde que se les confió, con las pencas lacias, sin vida, cubiertas de manchas blanquecinas de fina pelusa y con tronos y hojas podridos.

Aunque son dos las especies parásitas de la chumbera (Dactylopius coccus y Dactylopius opuntiae), sólo la primera mantiene un cierto equilibrio con la planta, lo que ha permitido explotarla para la obtención del carmín. La segunda presenta un carácter más agresivo, frenada únicamente por la anterior y algunos depredadores, y ha sido usada como organismo de control biológico (OCB) para frenar el desarrollo de la chumbera, por ejemplo, en varios parques naturales de Valencia y Barcelona. Algunos investigadores responsabilizan de la plaga al uso excesivo de herbicidas en los cultivos, que ha reducido los depredadores naturales de la cochinilla, facilitando su propagación.

La plaga se detectó en Murcia en el año 2007, y desde allí se ha extendido hacia la comunidad valenciana, Andalucía oriental y la Mancha. La cochinilla se propaga en verano, arrastrada por el viento, por lo que se ha extendido principalmente hacia el Oeste por la costa mediterránea debido al viento del Este predominante en el estío con las bajas relativas del Sahara. En 2008 se detectó en el sur de Alicante; un par de años más tarde en Almería; en 2013 en Málaga y en 2014 destruía la masa de chumberas de la ladera de la Alhambra. Se detectó en el bajo valle del Guadalquivir en el verano de 2015, un par de años más tarde en la costa de Cádiz y Huelva y en 2018 en el Aljarafe.

La destrucción de las chumberas ha abierto una curiosa polémica entre autoridades (locales, provinciales, autonómicas y nacionales), propietarios de terrenos, grupos proteccionistas y ecologistas. Al encontrarse la mayoría de las chumberas en caminos rurales, lindes de fincas públicas y privadas y zonas con cierto valor natural, corporaciones municipales, diputaciones, consejerías y propietarios se responsabilizan mutuamente del control de la plaga, cubriendo con ello su falta de actuación. Las autoridades se justifican por la catalogación de la chumbera como planta alóctona, competidora de especies mediterráneas autóctonas, y especie invasora, incluida por el Ministerio de Medio Ambiente en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras (Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto). La Consejería de Medio Ambiente eliminó en 2007 y 2008 las chumberas en ecosistemas costeros, dunas y formaciones de enebros y sabinas de Punta Umbría y Mazagón. En la misma línea, está prohibida su plantación, para evitar que compita con la flora autóctona, y se recomienda repoblar la zona con especies autóctonas (lentisco, palmito, retama, enebro y sabina). Tampoco las autoridades sanitarias han dado la voz de alarma, pues la plaga no afecta a las personas y únicamente las nubes de diminutos machos pueden ocasionar alguna molestia.

Por otra parte, no se encuentra un tratamiento adecuado para erradicar la plaga del parásito. El uso de insecticidas químicos no es recomendable en plantas ubicadas en lindes, terrenos públicos y caminos transitados, o en matorrales que se usan para alimentar al ganado; y el arranque de las chumberas afectadas ha reducido el impacto visual, pero ha facilitado la difusión de la plaga en las zonas donde se arrojaron los restos infectados, sin destruirlos. Un grupo de investigadores de la Universidad de Córdoba, con apoyo de ASAJA y la Diputación Provincial de Cádiz, ha probado diversos medios naturales de controlar la plaga, como un hongo parásito e insectos depredadores naturales de la cochinilla (el díptero Leucopis spp y la mariquita Cryptolaemus montruozieri), con reducido éxito debido a las altas tasas de reproducción de la cochinilla. El único medio que ha mostrado cierto éxito ha sido la aspersión con jabón potásico al 2%, que destruye la capa algodonosa con que se protege la cochinilla hembra, dejándola expuesta, obteniendo un 91 % de éxito.

Algunos grupos ecologistas, ha propuesto la descatalogación de la chumbera como planta invasora, como paso previo a la adopción de medidas de actuación contra la cochinilla. Argumentan su presencia en el paisaje meridional español durante medio milenio, ya plenamente naturalizada; su integración en el ecosistema como base de formaciones de matorral asociado, que sirve de refugio a muchas especies de insectos, aves, reptiles y pequeños mamíferos; sus aplicaciones como planta de linde, elemento de contención de terrenos sueltos y escarpados y alimento humano y del ganado; y últimamente su potencial para producir bioetanol y su capacidad como bioabsorbente ecológico de metales en aguas residuales.

No parece que estas reclamaciones estén surtiendo mucho efecto en el debate académico y la confluencia de competencias administrativas no facilita la actuación coordinada. Mientras, las chumberas parecen abandonadas a su suerte, muriendo en silencio, como siempre vivieron, marginadas al borde de un camino. En pocos años habrá desaparecido una imagen tradicional de nuestro paisaje, reemplazado por fríos vallados de malla de alambre, que cercan y ahogan los caminos, faltos de la animada vitalidad de los vallados naturales. Estamos viendo morir una parte de nuestro paisaje tradicional, de nuestra identidad, y algo de nosotros mismos muere con ellas.

 

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