Mairena sigue siendo feria
Por José Manuel Navarro
Que Mairena es feria es, en estas lomas de los Alcores perfumadas de azahar, un axioma que no precisa prueba. Aunque bien está recordarlo de vez en cuando, especialmente ahora que es más feria cuando la añoramos. Pero no olvidemos que, si Mairena es feria, la feria era Mairena, la feria por antonomasia era la de la villa de los Alcores.
Para toda España Mairena era sinónimo de feria. El nombre de Mairena del Alcor estaba unido al de su feria, seña de identidad y carta de presentación de la villa, por la que era conocida en el resto del país, especialmente en los siglos XVIII y XIX. Resulta difícil encontrar una referencia a Mairena que no fuese acompañada de la feria. Las enciclopedias en la voz feria destacaban la de Mairena entre las ferias famosas. Fue uno de los mayores mercados de España, primera en todo el año y rica cual ninguna de las dos Andalucías, alta y baja, diría Estébanez Calderón. El modelo desarrollado en Mairena entre 1750 y 1850 mezclaba sus dos componentes esenciales, el mercado y la fiesta, de modo tan completo que resulta imposible destacar uno sobre el otro. La prensa española se hacía eco de la celebración y no faltaban artículos y crónicas en los periódicos de tirada nacional relatando el desarrollo del mercado y sus incidencias más notables.
Feria afamada que dio lugar a ingente literatura que extendió su imagen hasta convertirla en tópico andaluz, la imagen misma de Andalucía. Así lo recogió Jenaro Pérez Villaamil en su obra recopilatoria de paisajes y costumbres de España. Al escoger tres escenas representativas de Andalucía seleccionó unos bandoleros en una venta, un baile de gitanos y la archiconocida escena de la feria de Mairena. En esta difusión de la imagen tópica tuvieron no corto papel los escritores románticos y costumbristas. La fama de la vieja feria de Mairena se extendió de una forma extraordinaria, convirtiéndose en la feria por excelencia, encarnando la esencia de lo andaluz. Fue un foco de atención literaria para buen número de escritores, tanto nacionales como extranjeros, que clavaron su atenta pupila en ella y la convirtieron en objeto de deleite literario.
Se identificaba Andalucía en el siglo XIX como una región con personalidad propia en la que destacaban el valor de lo rural, la alegría de la fiesta bulliciosa y la tradición islámica, conformando una compleja identidad. Y el mejor escaparate de esta sintética esencia de Andalucía era la feria donde confluían el mercado ganadero, el zoco oriental y el alegre espacio de diversión en un marco rural. Fue en el real de Mairena donde se forjaron los trazos más significativos de esta imagen costumbrista de nuestra tierra. Antes que la feria de Sevilla, la de Mairena contribuyó a fijar esta imagen de lo andaluz. Toda Andalucía se veía representada en la feria, si hacemos caso a las palabras de los costumbristas, que la concebían como un compendio depurado de la esencia de lo andaluz: el mundo rural, la alegría desbordante de la fiesta, los trajes y costumbres típicos y la herencia islámica.
Cuando en la primera mitad del siglo XIX Andalucía se puso de moda en la Europa romántica y sus costumbres se pregonaron a los cuatro vientos como esencia de lo español, la feria de Mairena se encontraba en pleno esplendor, reuniendo ganados y visitantes de toda la península, atrayendo a artistas, nobles y escritores de toda Europa, que reflejan en sus textos la apasionada exaltación de quienes han disfrutado de una arrebatadora experiencia. El paisaje de la feria de Mairena, quedó convertido en el arquetipo del paisaje andaluz: un ancho campo, lleno de sol y con escasa arboleda; en la lejanía, algunos montecillos y las primeras estibaciones de sierras béticas, ofreciéndose como telón de fondo para el real. Una llanura rural, un espacio poblado de tiendas y piaras de animales que, en sentencia de Estébanez Calderón, recordaba a un campamento árabe tras una razia.
Obras como el baile nuevo Un día de feria de Mairena, el cuadro de costumbres andaluzas La feria de Mairena, de Tomás Rodríguez y Díaz Rubí, o la zarzuela de Moreno Torroba La marchenera, alcanzaron gran éxito en los principales teatros de España, representándose durante décadas, y difundieron el pintoresco paisaje, los tipos y el ambiente de la feria. El mercado mairenero suponía el marco ideal en el que situar escenas, chistes, cuentos breves y anécdotas de genuino sabor andaluz. La asociación en la mentalidad colectiva de la feria con la alegría, el desenfado y la gracia, asignados de forma tópica al pueblo andaluz, aseguraba un ámbito de comprensión de la escena, garantizaba la pureza del ambiente y otorgaba justificación y credibilidad a la anécdota. Bastaba la sola ubicación del hecho relatado en la feria de Mairena, para disculpar la ausencia de descripciones o explicaciones complementarias que, por conocidas y obvias, se consideraban superfluas. La afamada feria dotaba de verosimilitud a la historia, aportando un marco ambiental que estaba ya presente en la mente del lector que, al captar el marco de referencia, se sentía predispuesto a aceptar lo que ocurriese en la historia.
Pero ya a principios del siglo XX la historia había cambiado. El diplomático norteamericano T. E. Moore se acercó a Mairena atraído por la fama de Jorge Bonsor, el castillo y la colección arqueológica. Viajaba guiado por las obras de su paisano Washington Irving; siguió sus pasos en Sevilla, visitó la Alhambra de Granada y se acercó a los lugares colombinos en Huelva acompañado por el propio arqueólogo. Pero, aunque estuvo en Sevilla en Semana Santa y feria, no sintió el menor interés por visitar la feria de Mairena que hizo a Irving retrasar su partida a Granada. Mientras se celebraba, Moore giró una corta visita a Córdoba y Granada. La fama de la antaño famosa feria había languidecido y otros eran los atractivos que pregonaban la localidad.
El tiempo pasa para todo; esta pandemia pasará y volveremos a encontrarnos en el real de la mejor feria del mundo, celebrando que, año tras año, Mairena sigue siendo Feria.
*IMAGEN: La Feria de Mairena. Colección de ilustraciones: Serafín Estebánez Calderón, Escenas andaluzas. Ilustraciones de Francisco Lameyer. Madrid. Baltasar González. 1847