El Dolmen de los Vaqueros

Desde mi punto de vista, para realizar una protección eficaz de nuestros bienes de interés cultural es necesario conocer toda la información relativa a los mismos y difundir dichos datos para crear un vínculo de identidad entre la ciudadanía y el patrimonio. Hoy, en este artículo, pondré la lupa sobre uno de nuestros paradigmas de la Edad del Cobre para ejemplificar, de modo escueto, el cómo realizar esa aproximación al público para que éste, ante unos restos arqueológicos, tome conciencia de estar ante algo más que un montón de piedras.

El 19 de abril de 1902 Bonsor estaba a punto de finalizar una desastrosa campaña de excavaciones en la zona de Gandul y Bencarrón Alto. Los hallazgos eran poco o nada significativos en comparación con los gastos de excavación. A ello había que sumarle la aparición en sus tiendas de víboras, escorpiones, además de inundaciones producidas por las lluvias primaverales. Sin embargo, uno de los vaqueros que trabajaba en la Dehesa de Andrade contó a uno de los trabajadores de Bonsor la existencia en las cercanías de un pozo. Este hombre, llamado José Sola, marchó hacia el punto del hallazgo situado a unos seiscientos metros de su campamento, y lo hizo por el simple hecho de necesitar un motivo para que los trabajos continuasen; el anglofrancés pagaba bien y era complicado en aquellos tiempos dar con un empleo de mejores condiciones. El “Sola” por su cuenta sacó tierra del lugar y encontró una cámara con paredes con lascas de pizarra. Sin saberlo, estaba desenterrando el que conocemos hoy como Dolmen de los Vaqueros. Pero, exactamente, ¿qué era aquello?

Hace miles de años, una o varias personas colocaron una piedra en algún lugar donde acababan de enterrar a un pariente o quizás como marcador para volver a encontrar en un futuro una buena zona de caza o una gruta oculta donde vivir más cómodamente. Aquel gesto supuso una transformación de aquel lugar con el cual se hacía frente al olvido, es decir, lo monumentalizaron. La palabra monumento proviene del latín y significa algo que recuerda.

En el caso que nos ocupa, tendríamos un monumento a los difuntos, perpetuando su memoria y honrándola por medio de ceremonias o rituales. Los dólmenes fueron utilizados en numerosos casos durante largos periodos de tiempo, generación tras generación, razón por la cual, en una misma cámara funeraria, se han hallado huesos acumulados de decenas e incluso cientos de personas. Este modo de actuar les legitimaba a la hora de ocupar un territorio, es decir, a mayor cantidad de generaciones depositadas in situ, más derecho tenían para ocupar unas tierras determinadas y sentirse propietarios de las mismas. Por este motivo, estas estructuras generalmente se edificaban sobre las zonas más elevadas o visibles, realizando al mismo tiempo la función de marcadores territoriales.

El Dolmen de los Vaqueros tendría una antigüedad que estaría en torno al 2500-2100 a. C. (alguna fuente consultada lo data entre el 2100-1900 a. C.). Estamos hablando de una tumba tipo tholos, es decir, formada por un corredor que desemboca en una cámara principal -en este caso anexa a ésta existe otra cámara pequeña- con un falso techo, o lo que es igual, una solución arquitectónica que sustituía la gran cobija usada en estructuras más antiguas por unas hileras de piedras donde cada fila construida se cerraba con respecto a la anterior hasta formar una cúpula.

En cuanto al significado de este cambio estructural podría deberse a razones estrictamente pragmáticas al intentar ahorrar el tiempo y esfuerzo que suponía transportar rocas de varias toneladas de peso desde largas distancias. Asimismo, podríamos pensar en motivos simbólicos, puesto que algunos autores afirman que al haberse hallado en numerosos casos restos humanos en posición fetal, es lógico pensar en una idea de “renacimiento” desde este “vientre” artificial. Esto último estaría confirmado por el depósito de objetos junto a los difuntos a modo de ajuar funerario que serviría a estos en el más allá. Y… ¡sorpresa! En el Dolmen de los Vaqueros Bonsor encontró restos humanos muy desordenados además de una inhumación sobre el suelo en posición fetal; junto al mismo, un ajuar formado por un vaso de cerámica y varios objetos de cobre que confirmarían lo expuesto en este escrito.

Otro aspecto importante a colación del significado simbólico de los Vaqueros es su orientación hacia el Este. El sol en las mitologías clásicas ha sido relacionado con la vida en la naturaleza y, por ende, a la vida humana. En nuestro caso esta orientación coincidiría con el otro solar en el equinoccio de primavera. La entrada del sol dentro del monumento en ese instante concreto representaría un renacimiento, un resurgimiento, el inicio de la vida. Por otro lado, el dolmen funcionaba como un reloj y los equinoccios eran una referencia clave que marcaba el inicio del otoño y la primavera y como consecuencia, sobre los cambios en los procesos biológicos, cuyo conocimiento era vital para poder subsistir.

Por último, mencionar que el Dolmen de los Vaqueros forma junto con otros dólmenes aledaños la Necrópolis Dolmenítica de los Alcores, zona funeraria asociada tradicionalmente al poblado situado en la Mesa de Gandul, el cual a día de hoy sigue sin ser objeto de trabajos arqueológicos. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha considerado la posibilidad de que esta necrópolis fuese un lugar de enterramiento compartido entre varios hábitats del entorno y no sólo exclusivo de Gandul. Este hecho abre nuevas ventanas de investigación y resalta no sólo la importancia de este monumento, también del resto dólmenes de la zona. Todo ello debería servir como argumento de peso para cambiar la opinión de todos aquellos que ven en nuestros bienes culturales simples montones de piedras sin importancia porque, en resumen, esas piedras “hablan” y nos “cuentan” historias fabulosas, nuestra Historia.

Fotos: Dolmen de los Vaqueros e hipotética imagen de uso.

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Autor texto y fotos: José Luis Boza Bonilla

Trabajo patrocinado por www.ecodeco.es

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