TANTO Y TAN NUEVO

Por José Manuel Jiménez Jiménez

[Siendo las seis de la tarde del veintidós de septiembre de dos mil veintitrés, nos hemos citado varios compañeros a la sombra del Arco de la Villa para acercarnos al derribo de una casa de la calle Ancha que albergó a comienzos del siglo XX una guarnición de la Benemérita y, además, fue pósito municipal de ingrato recuerdo debido al triste accidente acaecido en su interior. Con la mirada puesta, a mitad de trayecto, en la visita al emplazamiento de otro inmueble demolido –en la calle San Fernando– junto al Casino, donde en su día se levantaba una casa de labor que acogió un modesto cine de verano en el fondo de la parcela; finalizaremos nuestro recorrido frente a los cascotes que pertenecieron a una de las viviendas tradicionales más significativas de la calle Gandul, caracterizada por su espacioso patio central y el postigo que conducía al interior desde los terrenos del Huerto: un enclave donde se hallaba una de las cruces-humilladeros que delimitaron el antiguo perímetro del caserío desde hace más de siglo y medio].

VI

«Como en un cuento, caminamos por el sendero de las baldosas amarillas con el firme deseo de otear cuanto antes en el horizonte el resplandor de ΄Ciudad Esmeralda΄. No existe sensación más colosal ni hubo nunca experiencia más placentera. Todo envuelto en vivos colores, con cada rincón inundado de una luz blanca y sedosa, fresco y jovial al igual que un parque de atracciones, revestido de novedosos materiales y dotado de un brillo cromado que despierta los sentidos incluso a una milla de distancia».

Casas tradicionales desaparecidas recientemente; en c/San Fernando 10, c/Ancha 67 y c/Gandul 101

El cambio de paradigma en la renovación urbana de los pueblos de la campiña sevillana se inició en la década de los años setenta. A lo largo de medio siglo el paisaje de nuestras calles y plazas ha ido mutando sistemáticamente; las formas, la altura, la composición, el cromatismo y las instalaciones de los edificios así como el diseño del mobiliario, el tratamiento ambiental y el uso de la vía pública y espacios libres configuran hoy la cara vista de una realidad circundante más familiar, rutinaria y, en muchas ocasiones, hasta más mundana por el simple hecho de creer que siempre estuvo ahí antes que nosotros. Pero en particular –bajo el polvo que aún cubre entornos mucho más próximos– la cara oculta permanece escondida después de haber sido protagonista de uno de los últimos episodios del ocaso de una era: la extinción gradual y silenciosa de los escasos reductos de la arquitectura tradicional de nuestra localidad.

«La ciudad soñada es una fantasía, un divertimento en manos de todos. Allí se hallan las hileras de volúmenes informes y masas compactas con tonos cambiantes cuando reciben los primeros rayos del sol. Es imposible encontrar dos edificios de proporciones similares, del mismo modo que nunca encontrarás zócalos, puertas, ventanas, balcones, cornisas ni tejados que se asemejen los más mínimo. Los motivos figurativos estampados sobre el ladrillo, los ornamentos florales de sus rejas, las teselas y grecas vidriadas menos conocidas enmarcan los accesos de las construcciones en las que sus moradores celebran una eterna primavera».

Vista actual de la calle Ancha

El cuerno de la abundancia es el mito que retrata el estado permanente en que se cierne el paisaje en torno a nosotros. El contravalor de lo acumulativo, tanto de bienes como de voluntades, es la máxima expresión donde no cabe la excepción y mucho menos el diferente; la cantidad de mercancías y detalles ha sustituido a las cualidades intrínsecas de la materia constructiva. Entre sus atributos ya no se puede distinguir el origen, el porqué de su existencia ni la legibilidad del discurso narrativo que desprenden sus muros: todo es una filigrana, un reclamo o una ostentación; un juego transmitido de padres a hijos consistente en ensamblar las piezas de un puzle carente de un plan preconcebido y de espaldas al conocimiento sin reparar un instante en la combinación de criterios universales como la originalidad y la simplicidad.

Pero, ¿se habrá convertido ese dulce sueño en una auténtica pesadilla? Al calor de modas y tendencias, series numeradas y amplios catálogos de casas que reproducen los patrones y tipos aprehendidos por los sucesores contemporáneos de la tradición constructiva de nuestros mayores, colmatan la imagen de nuestro pueblo. Hasta el paroxismo, y muy lejos de sus propósitos, la creatividad les ha sido esquiva y el incómodo principio de la uniformidad imitativa y artificiosa de revestimientos, cableados, rótulos y toldos impera por calles tan insignes como el antiguo camino real, la ronda urbana y los arrabales históricos. ¿Es posible distinguir algún atisbo de memoria de aquellos lugares que fueron?

Vista actual de la calle San Fernando

Por consiguiente, si a cambio de nada se ha perdido la conexión visual en los caseríos de la comarca, a través de la disolución de aquella integración paisajística en la que prevalecía un amplio, solidario, neutro y a la vez armonioso fondo de escena y una cuidada perspectiva que focalizaba los hitos más singulares del contexto urbano; pocos podrían imaginar otra consecuencia más de todo esto. Se trata, en este caso, del abuso en el empleo del término ΄innovación΄ para referirse al urbanismo, la arquitectura y al oficio de la construcción; cuando más bien asistimos al uso desmedido de un extendido eufemismo al pretender que ΄todo sea nuevo΄, reluciente y fulgurante, en pos de otro contravalor de la postmodernidad: el de la apariencia, el dominio de la imagen solo como imagen, sin más mensaje, tiempo o sustancia que la carcasa externa de los bienes muebles e inmuebles empañando el ambiente que nos perteneces a todos.

«Y así, de ese modo nos fuimos alejando de ΄Ciudad Esmeralda΄, un sitio espectacular, con esbeltas torres y miradores visibles desde donde las cañadas se despiden serpenteando los cerros blancos y pardos del territorio que la rodea; donde nada queda a la especulación y al misterio que pudiera encerrar el interior de los cuerpos y objetos que allí residen debido a que en ellos solo existe el vacío; donde no ha lugar a la interpretación de inscripciones esgrafiadas en las paredes más antiguas porque no quedan huellas ni rastros de ningún pasado; y donde no se conoce el significado de la palabra ΄ruina΄, en una urbe totalmente reconstruida, replicada y copiada a sí misma en los confines de la modernidad».

Vista actual de la calle Gandul

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