In memoriam José Luis Comellas
Por José Manuel Navarro Domínguez
Fotografía: Ateneo Mairena del Alcor
El pasado 23 de abril falleció en Sevilla el historiador y astrónomo José Luis Comellas García-Llera, coincidiendo con el aniversario de los decesos de Cervantes y Shakespeare, curiosa fecha para quien convirtió el libro en su medio de expresión y trabajo. La Universidad Hispalense, las academias a las que perteneció y la prensa sevillana han publicado diversos obituarios que recogen los datos básicos de su biografía. Quisiera exponer en este un recuerdo más personal y subjetivo de quien fue mi profesor en las aulas de la vieja fábrica de tabacos y, para muchos maireneros, un paisano adoptivo.
Nacido en El Ferrol, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela, realizó el doctorado en la Universidad Complutense y recaló en Sevilla en 1963 al conseguir la cátedra de Historia de España Moderna y Contemporánea de la Universidad Hispalense. Dirigió el departamento de Historia de España Moderna y Contemporánea desde 1967 hasta 1983 y formó, junto a Octavio Gil Munilla y León Carlos Álvarez Santaló, a la nueva generación de historiadores, el conjunto de profesores que componían el departamento cuando estudié la carrera a fines de los ochenta.
Afrontó resignado las sucesivas reformas sufridas por su querido departamento, para adaptarse a las nuevas estructuras curriculares establecidas en la universidad, con la fusión de los bloques de España y Universal y la posterior división en dos departamentos, Historia Moderna, en el edificio de la cárcel, y Contemporánea, en el patio interior. Una partición que viví como representante del alumnado y secretario de la comisión encargada de la elaboración del nuevo reglamento interno.
Su especialidad era la Historia de la España del siglo XIX. Se doctoró con una tesis sobre los primeros pronunciamientos liberales, elaboró el tomo XIV de la prestigiosa Historia General de España y América, dedicado a la España liberal y romántica, y sus obras sobre la Restauración y sus biografías sobre Isabel II y Cánovas han sido muy aplaudidas por especialistas y público.
Sus libros e investigaciones constituyen una aportación fundamental al desarrollo del estudio de la historia. Su manual de Historia de España Moderna y Contemporánea sigue siendo un libro básico en la facultad desde 1967, que no ha dejado de reeditarse. Aunque la mayoría del alumnado se limitaba a seguir sus páginas, el propio catedrático invitaba a ampliar la información y contrastarla con obras de otros autores, especialmente para el siglo XX, que seguíamos más por los manuales y monografías de Juan Pablo Fussi, Javier Tusell, Raymond Carr, Gabriel Jackson o Stanley Payne.
Cuando llegué a sus clases a fines de los ochenta ya alcanzaba las seis décadas y gozaba en la facultad de fama de profesor de sólida formación y conocedor de la materia, lo que no se podía decir de otros profesores del departamento. Pese a sus años, aguantaba las clases de tres horas que algún desquiciado había establecido los jueves y viernes, con la aviesa intención de disuadirnos de continuar en la facultad. Apegado a la metodología tradicional, planteaba sus clases como conferencias, apoyándose en sus eternas tarjetas cuajadas de datos para ilustrar sus explicaciones. Aunque a muchos se les hacían eternas, no dejaban de reconocer que tenía habilidad para exponer las ideas, explorar hechos y alcanzar conclusiones sobre los fenómenos históricos analizados.
Concebía el papel del historiador desde la explicación comprensiva del pasado para contarlo de una manera clara que los demás lo entendiesen, como guía o cicerone de la historia. Aunque desarrollaba clases magistrales, no dejaba de plantear interrogantes, sugiriendo campos de investigación y despertando la inquietud por el estudio.
Sus posiciones políticas, marcadamente conservadoras, y su concepción tradicional de la elaboración y enseñanza de la Historia, le reportaron comentarios críticos e incluso el rechazo de parte del alumnado, abierto a otras inquietudes políticas y a nuevas interpretaciones sobre el papel que los historiadores debían jugar en la sociedad. Pero los alumnos abarrotaban el aula en sus clases, incluso los más críticos asistían, conscientes de que eran realmente valiosas para comprender los entresijos de las épocas estudiadas.
Aunque residente en Sevilla desde los sesenta, no acababa de adaptarse al modo de ser de los sevillanos. Hombre tímido, moderado e introvertido, se mostraba serio y formal en sus clases, ciñéndose a la actividad académica, abriéndose únicamente en el trato cercano, en el intercambio de ideas y opiniones sobre aspectos del pasado. En clase admitía de buena gana el debate y la réplica, pero exigía siempre que se apoyase en argumentos sólidos, lo que obligaba a acumular mucha lectura para llevarle la contraria con cierta firmeza. Y no muchos estaban dispuestos. Quizás por ello valorase a los pocos que nos aventurábamos a plantear explicaciones alternativas, y siempre acertaba la bibliografía de procedencia de nuestros argumentos.
A la hora del examen era partidario de modelos convencionales, lo que la mayoría del alumnado agradecía, pues facilitaba el estudio a partir del manual o apuntes básicos y permitía conseguir el aprobado sin excesivo esfuerzo. No recurría al modelo de preguntas especulativas, más profundas, que tanto gustaban a profesores como Santaló o Braojos, que obligaban a pensar y necesitaban mucha lectura para abordarlas con ciertas garantías, pero vaciaban en minutos las aulas de examen para volver a llenarlas en septiembre. Con todo, resultaba más enriquecedor el examen oral mantenido en agradable conversación en aquellos sillones frailunos de cuero sobre el estrado, mientras los compañeros escribían. El examen derivaba rápidamente en un debate sobre los aspectos más dispares del temario y en más de una ocasión remató hablando de Mairena y su historia, por entonces poco conocida.
Su relación con Mairena del Alcor le venía de su otra gran afición: la astronomía. Buscando cielos despejados, a salvo de la contaminación lumínica de la ciudad, compró una finca en el escarpe a las afueras de Mairena, que bautizó Alcor, el nombre de una estrella de la Osa Mayor. Desde el observatorio instalado en la parte alta de su chalet, descubrió 20 estrellas dobles, una de sus mayores aportaciones en este campo. Tradujo y editó el catálogo Messier y elaboró un catálogo de estrellas dobles que ha ampliado el campo de trabajo en la materia. Pero la obra que le ha dado a conocer es su Guía del firmamento, una de las más utilizadas por los aficionados a la observación del cielo. La finca lindaba con la huerta del Chorrillo, que por aquel entonces labraba mi abuelo, y en ocasiones mi padre y el astrónomo, que casi eran de la misma quinta, echaron algunas charlas sobre el tiempo y los cultivos. En la comida de celebración de mi tesis doctoral, Comellas y mi padre volvieron a echar un buen rato recordando viejos tiempos en el escarpe de los alcores, para asombro de algún catedrático del tribunal, que se preguntaba quién era aquel desconocido con quien Comellas departía tan animado, cuando normalmente se mostraba más reservado.
Muchos vecinos en la villa le recuerdan paseando con su familia en verano, alguna noche en el real de la feria o contemplando con curiosa atención la procesión del Cristo de la Cárcel. Recuerdan al que los chavales que nos criamos por aquellos barrios llamábamos el Sabio del Chorrillo, con un aura de misterio que nos atraía a acercarnos a la valla de la finca a escrutar los secretos de aquel lugar. Desde esta vinculación con Mairena, no dudó en aceptar prologar el libro dedicado a la historia de la feria de Mairena ni en hacer la presentación en el salón de plenos del ayuntamiento, donde fue recibido por vecinos y amigos como un paisano más.
Cuando presenté la propuesta para hacer la tesis en el departamento, todos los profesores me orientaron al veterano catedrático como el más adecuado para dirigirla. Aunque ya por entonces estaba un poco apartado de esas tareas, aceptó la que creo que fue su última tesis. Siempre fui más de la tendencia historiográfica de quien compitió con él por la cátedra de Sevilla, Antonio Domínguez Ortiz, catedrático de instituto en Granada. Su enfoque social de los problemas históricos, su modelo de argumentación y de componer el relato histórico, me eran más cercanos, idea que alguna vez, en las reuniones de seguimiento de la tesis, comentamos que debía ser por dedicarnos ambos a la enseñanza en Secundaria. Supuso un reto plantear el trabajo de investigación desde estas premisas, que exigía buscar solidos apoyos documentales para todas las conclusiones. Aunque habituado a técnicas de investigación tradicionales, no puso reparo a novedades, procesos informáticos ni hipótesis ajenas a las interpretaciones plasmadas en sus obras. Fiel al papel de orientación académica, ofrecía consejos de procedimiento, aceptando ideas y planteamientos que se alejaban de los que había sostenido, manteniendo respetuosamente la distancia, salvo en lo que se refería al rigor requerido en el método de trabajo y la interpretación documental, pilares fundamentales de la investigación histórica.
En apenas unos meses, Mairena ha perdido a dos genios de la ciencia, la cultura y las artes. El pasado 11 de octubre se nos fue Antonio Gavira Alba, escultor, académico Hijo Predilecto y Mairenero ilustre. Ahora se nos va un mairenero de adopción, visitante frecuente y afincado en el escarpe, donde pasaba largas temporadas. Ambos de la quinta de 1929, ambos catedráticos de la Universidad de Sevilla, ambos académicos, el primero de la de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría y el segundo de la Sevillana de Buenas Letras, ambas ubicadas en el palacio renacentista de los Pinelo, donde habían coincidido en ocasiones. Hoy no podemos evitar pensar que estamos un poco más solos.