SÍSIFO HA VUELTO
Por José Manuel Jiménez Jiménez
[Son las diez de la mañana del domingo ocho de enero de dos mil veintitrés: desde el antiguo emplazamiento de la fábrica de ladrillos de la Tajea, bajamos hasta las inmediaciones del cauce del arroyo de los molinos. Y caminando entre el talud del camino de la Rambuca y la atarjea semienterrada por los cultivos, bordeamos el segundo molino de Campo hasta presenciar los escasos restos del revestimiento original de su fachada compuesto por un falso almohadillado de sillares biselados]
III
Nos miramos continuamente en el espejo de nuestro presente y comprobamos a veces que vemos algo que no nos agrada y, al mismo tiempo, nos incomoda. Es una sensación particular y el resultado de una contemplación reflexiva acerca de lo hallado sobre el dintel del hueco de entrada a la sala de moliendas del ingenio preindustrial erigido a finales del siglo dieciocho y denominado tradicionalmente “Virgen de los Dolores”, más arriba del popularmente conocido como “molino de los arcos”.
¿Qué pensaríais si vierais a un tipo empujando una inmensa mole de piedra cuesta arriba para que, una vez en la cima y sin apenas tomar aliento, la dejara caer sin mirar atrás? ¿Qué opinión os merecería incluso si además ese individuo persistiera sin reparar en el esfuerzo al iniciar de inmediato el descenso de la rampa y súbitamente volver a ejercer una fuerza descomunal para llevarla de nuevo al punto más alto? ¿Y si todo este proceso se repitiese una y otra vez sin descanso alguno? ¿No creéis que se trataría de una escena inusual y poco vista en los tiempos que corren?
Imagen del Catálogo Municipal de Patrimonio Histórico, 1989 / Imagen tomada recientemente por el autor, 2023
La decepción y el desencanto que hoy se perciben en muchas de las facetas de la vida de las personas tienen relación con la colisión mental de un hipotético choque de trenes: el de mercancías valiosas y esperanzadoras -como los sueños y la nostalgia de un tiempo vivido y satisfactorio- con el convoy que transporta material sensible y peligroso, como la frustración ante la pérdida de expectativas y las constantes contradicciones que encontramos en cada paso; lo que a su vez provoca la dispersión del sentido de nuestra inteligencia y la parálisis para idear, acometer o finalizar planes y proyectos. Pues bien esa fue la desdicha de Sísifo: un ser mítico lleno de virtudes que, arrastrado por sus pasiones y los consiguientes tormentos que le acecharon, se vio convertido en un antihéroe y a la postre en un personaje gris y sin futuro a quien persiguieron eternamente las consecuencias de aquel castigo divino.
La situación del azulejo, como muestra representativa del estado de conservación del inmueble donde se colocó, nos refleja de forma pasiva el resultado de la acción humana. En este caso, una pequeña parte se configura en símbolo de lo que acontece en todo el conjunto. En lo que queda de la superficie vidriada pudiera leerse no solo la involución material de la pieza sino además se puede descubrir por qué se ha infligido tanta degradación y abandono a un mismo elemento. ¿Cuál es el motivo para que de forma compulsiva se construya, destruya, abandonen las creaciones humanas de cada periodo histórico para posteriormente -a costa de duplicar los esfuerzos- volver a levantar desde los cimientos nuevas obras sobre los restos de las primeras? ¿Son pautas universales de un sentido más profundo? ¿Estamos condenados a actuar de ese modo por la providencia, en un intento en vano de recrear sucesivamente nuestro paraíso terrenal? ¿O el binomio crear-destruir es un término unitario e indisoluble con una sola raíz semántica? ¿Es eso lo que da pie a la condición humana, consciente de sus limitaciones, para mostrar a la eternidad su propio legado y así garantizar su papel en el mundo? ¿O sencillamente son signos reveladores de la relativización de nuestro tiempo? Y debido a ello, ¿estamos ante claros ejemplos de prácticas banales basadas en la espontaneidad y la reacción ante el primer instinto, estímulo o deseo?
Ese es el dilema, un debate aún sin conclusiones definitivas. Un comportamiento frecuente que oscila entre el olvido interesado de los saberes de los antecesores y en una complaciente ausencia de propios principios y valores en el marco del pensamiento de la sociedad a la que pertenecemos. Sin embargo, el Sísifo moderno se nos ha adelantado porque ha dejado aquí su rastro: desde los orificios ocasionados por el impacto de los plomillos proyectados sobre la imagen hasta la decoloración de los fragmentos que aún permanecían allí, el desprendimiento o la pérdida parcial de los elementos. Son acciones guiadas por la impotencia de no lograr liberarse del peso de la piedra e incluso, por momentos, llegándose a convertir en una extensión de la misma. Porque cuando el sujeto la haga rodar desde lo alto no se imagina que él también se despeñará. Su postura ante la vida es la mirada del otro y con ella ampliamos el conocimiento de nosotros mismos.
Su indolencia y el sinsentido común observados en muchas operaciones que giran en torno a nuestro patrimonio cultural crean un caldo de cultivo condimentado por la inexistencia de objetivos fundamentados, la desmitificación en torno a la excelencia de un “trabajo terminado” y, finalmente, por la falta de utilidad social y colectiva en todo lo que se emprende. Son los síntomas evidentes de una acción destructiva y silenciosa que está por venir y el ámbito perfecto en el que Sísifo podrá desenvolverse con total impunidad. A él le da lo mismo subir que bajar, empujar la mole que dejarla caer al vacío, o dicho de otro modo: no se decide a elegir entre dar dignidad a sus acciones a través del pensamiento o abandonarse y, para siempre, dejar de soñar.